Leo que el PNV va a iniciar un proceso de reflexión y autocrítica en torno a su último batacazo electoral. Todo ello está muy bien, el análisis siempre es necesario, pero se pregunta uno si de tal observación saldrá algo diferente de lo que ha salido ya. Tengo ante mí el número 74 de la revista Hermes, dedicada en gran medida al proceso Entzunez Eraiki de escucha activa que el jelkidismo puso en marcha hace bien poco. De hecho, el citado ejemplar es de solo hace un año. En una interesante entrevista, la persona que lideró aquella dinámica desgrana muy bien, aunque con alguna predicción que ha resultado fallida, lo que su partido debe hacer de cara al futuro. Es por ello por lo que piensa uno que no es para ellos tiempo de (nuevos) diagnósticos, que ese trabajo ya lo tienen hecho.

Resulta que a veces, muchas veces, amén de ideologías, estrategias y sofisticadas políticas de comunicación, gran parte de la solución de los males electorales reside en soluciones infinitamente más sencillas que las que los gurús, los cardenales Rechelieu posmodernos tratan de establecer. Por ejemplo, en renunciar a ir colocando a la familia, incluso sabiendo que pagan justos por pecadores: los justos son aquellos buenos profesionales que merecen estar ahí pero permanecen bajo sospecha por ser quienes son, pero comparten destino con una cuadrilla de inútiles que también están ahí por ser quienes son.

Por ejemplo, seguimos, en dejar de confundir la renovación de los cargos con su rotación, de tal manera que el efecto positivo causado por la entrada de aire fresco en las instituciones no se vea empañado al poco tiempo con los nuevos –y lustrosos– destinos de los (supuestamente) renovados. Por ejemplo, terminamos por ahora, en no abandonar a los votantes de los municipios, que observan con estupefacción que quienes no han alcanzado la alcaldía son elevados a altos cargos, como si liderar la oposición del pueblo y prepararse para el próximo asalto fuera una deshonra. Por ejemplo.