Que un presidente convoque elecciones cuando más le conviene es tan natural como lo que hace el pelotari cuando se acerca el cestaño a elegir la pelota que le favorece. Podemos quejarnos, en un caso sobre lo poco que mira el primero al interés general de la ciudadanía, y en el otro sobre el poco respeto que le tiene al pelotazale con un material que desluce el espectáculo, pero parece poco realista pensar que nadie vaya a tirar piedras sobre su propio tejado. Otra cosa es que les fallen los cálculos y todo termine con un tiro en el pie. En Catalunya, le sucedió a Artur Mas en 2012, aunque con la inestimable colaboración de las cloacas españolas y personajes siniestros como pedrojota. En los frontones, acontece en infinidad de ocasiones.

Pere Aragonès ha llamado a las urnas. No hace falta ser muy listo para concluir que pretende pillar al resto con el pie cambiado. El minuto y resultado –que dirían los futboleros radiofónicos– del carrusel independentista es el siguiente: la CUP, inmersa en un proceso de refundación alicaído; la ANC, dividida, decidiendo estos días si impulsan una lista cívica; Clara Ponsatí y Jordi Graupera anunciando la creación de un nuevo partido, Alhora, que tienen (tenían) previsto presentar el día de Sant Jordi. Junts, esperando como agua de mayo –nunca mejor dicho– la amnistía y el regreso de Carles Puigdemont, a ver si así se reanima la gente; por último, ERC aspirando a recuperarse del último castigo que recibieron en las urnas.

El 12 de mayo celebra la iglesia católica el Domingo de la Ascensión del Señor. Del señor Salvador Illa, parece ser. Aunque vaya usted a saber si lo del sedicente aizkolari Koldo y su tropa no terminará por salpicarle. Lo que está claro es que desde las elecciones de febrero de 2021 los líderes independentistas han hecho un pan como unas tortas. Tortas, pero de las otras, son las que se merecen muchos de ellos.