Insiste Eneko Andueza en que no va a pactar ni gobernar con EH Bildu. Ciertamente, yo sí le creo, pero su problema estriba en que hay demasiada gente que recela de tal afirmación. La verdad es que para él debería ser una lata acudir frecuentemente a entrevistas en las que ese –y no otros– se convierte en el tema central de indagación, pero no es menos cierto que el secretario general de los socialistas vascos poco hace para zanjar la cuestión; es más, parece que disfruta de la situación, creyendo que emulando al asno de Buridán puede sacar tajada de sus enigmáticas –piensa él– afirmaciones, que en fondo no son más que ocurrencias.

La última de ellas consistió en aseverar que aceptaría encantado los votos de las gentes de Arnaldo Otegi para ser lehendakari. El carácter polisémico del verbo encantar nos lleva a concluir que lo está doblemente, porque solamente en estado de hipnosis cabe pensar, tal y como repite insistentemente, que puede ganar las elecciones o que, también lo dice, PNV y EH Bildu podrían aliarse ahora como en la época de Lizarra-Garazi. La otra posibilidad es que no lo piense ni por asomo, pero lo suelte a ver si ambos mensajes cuelan, lo cual resulta casi peor. Las declaraciones de los líderes provocan normalmente aplausos y críticas. Lo menos deseable para ellos es que arranquen sonrisas piadosas o carcajadas.

Resulta evidente que no es sencillo ser el hermano pequeño de una coalición de gobierno; marcar perfil propio y distanciarse del socio en la justa medida. Andueza incurre en los mismos errores que los socialistas reprochan con razón en Madrid a sus compañeros de ejecutivo. Tiene el socialismo de aquí argumentos de sobra para asomar la cabeza, entre otros su gestión. Aceptar –sin esquivarlo– el marco de los futuros gobiernos como el único que les genera titulares es un error para ellos, aunque se sientan importantes en el momento. Decirse encantados por algo que no va a suceder, también.