Han transcurrido casi cuatro años desde que ofrecimos aquí una columna a Galarreta y al remonte. Se había producido la noticia de la adquisición del frontón por parte de las gentes de Oriamendi 2010. Era un momento muy difícil, casi agónico. En tono dramático, hay quien advirtió que aquel era el último tren. Repetimos hoy titular, aunque añadido el paréntesis de un segundo capítulo, y nos congratulamos de los frutos que está dando el inmenso esfuerzo que están realizando estos románticos de la preciosa modalidad creada por Juanito Moya hace ya 120 años.

Que en las finales del pasado sábado el frontón estuviera lleno a reventar y varios centenares de aficionados se quedaran sin poder entrar, es síntoma inequívoco de la revitalización, un paso más en la ansiada consolidación de un proyecto que merece nuestro elogio. No nos engañemos, volverán las tardes más o menos desangeladas, renacerán las dudas y las incertidumbres, pero es obvio que el panorama se presenta mucho más optimista que al inicio de la década.

Hablábamos arriba de un inmenso esfuerzo, pero todo empeño resulta baldío si se basa en mero voluntarismo. Aquí, sin embargo, está siendo acompañado de un importante ejercicio de innovación, entre otras apuestas de calado. Cierto es que no siempre llueve a gusto de todos y se escuchan algunos lamentos por cuestiones como el volumen de la música o el sistema de juego a sets. Benditos lamentos. Queda mucha tarea por hacer: queda fidelizar al asistente esporádico, queda mejorar la calidad del juego, lógicamente decaído en época de abatimiento. Pero todo llegará si se sigue en esta línea.

Cuando muchos de ellos comenzaron a ser abandonados, nos confesaba nuestra ama la ilusión que le hacía ver salir humo en las chimeneas de los caseríos. A pesar del incordio, no es muy diferente lo que sentimos cuando tenemos problemas para aparcar en Galarreta.