Han transcurrido algo más de tres años desde que mencionábamos aquí el frontón Galarreta, que cumplía entonces sus bodas de oro y había sido adquirido por Oriamendi 2010. Era aquel un texto de reivindicación del remonte, pero tenía a su vez dosis de lamento y resignación difíciles de ocultar. Invitábamos a los lectores a acudir a la final que se celebraría dos días más tarde, aunque más bien parecía un ruego. Flotaba en el ambiente la complicada situación de esta preciosa modalidad de la pelota vasca; también las dudas sobre su supervivencia.

Pues bien, el enorme trabajo que incansablemente realizan las gentes del remonte está dando sus frutos. La final del pasado lunes fue muestra de ello: ambientazo de lujo a pesar del día y la hora, con presencia de muchísima gente joven. La apuesta realizada por Euskal Telebista es también digna de elogio, porque sus responsables han demostrado con programas como Erremontari que la mera retransmisión de partidos no era suficiente para atraer a nuevos aficionados y reenganchar a los de antes; que hacía falta algo más. Hay quien alegará que unas pocas golondrinas no hacen verano, que no podemos dejarnos llevar por el espejismo de circunstanciales tardes exitosas, pero tengo para mí que lo que está aconteciendo va, afortunadamente, más allá.

Según la Real Academia Española, remontar significa, entre otras acepciones, superar obstáculos o dificultades. También, como el salmón, nadar a contracorriente en la búsqueda del origen. En todo ello están empeñados con su incansable trabajo, con su épica defensa de un deporte tan nuestro, tan bello. Superar obstáculos y buscar el origen, los años de gloria, pero volcándose a su vez en la imprescindible modernización. Resulta curioso constatar que, con este nuevo impulso, se le está haciendo honor al nombre de la modalidad. Lo dice el diccionario: remonte, acción de remontar. Es lo que está sucediendo.