Etimológicamente la palabra víspera está emparentada con la tarde, aunque actualmente ha variado su significado. Desde el punto de vista eclesiástico, las vísperas tienen también su definición concreta, ya que se refieren en gran medida a oficios religiosos de los días que preceden a solemnidades. En el ámbito parrandero local, hablar de la víspera de nuestros patronos significa otra cosa, para qué engañarnos. Tenemos también vísperas entrañables como las de Santa Águeda y otras como el Halloween a las que uno les ha cogido un paquete inenarrable.

Las vísperas electorales abarcan mucho más en el tiempo, sobre todo si se trata de las elecciones municipales. Son largos meses que comienzan por rumores y cotilleos en torno a las candidaturas y continúan con laboriosos procesos de captación que raramente terminan por cumplir las expectativas creadas. Llegan luego las ratificaciones partidarias, consistentes por lo general en mera tramitación estatutaria, pero que en ocasiones se convierten en verdaderas batallas internas en las que se suceden acusaciones de falta de democracia. Transcurrido todo ello, toca presentar a alcaldables y equipos, que es en lo que estamos durante estas semanas.

No puede ocultar uno que lo pasa muy bien en este ambiente. Sobre todo ahora que está fuera del meollo, sin la carga de tener que realizar infinidad de llamadas para convencer a personas que no conoces para que forme parte de una candidatura. Liberado del ejercicio masoquista de asistir a decenas de reuniones en las que sabes con seguridad que vas a recibir calabazas. Sin añoranza de la ansiedad que entra cuando el calendario corre y está el mapa del territorio con demasiadas chinchetas rojas, demasiados frentes abiertos. Definitivamente, desde fuera se viven mejor estas vísperas electorales, pero en un ejercicio de solidaridad para los que están ahí dentro, me permito suplicar a quienes son tocados, que digan que sí. De nada.