En el prefacio de uno de sus ensayos (Una teoría de la democracia compleja), Daniel Innerarity afirma que en los itinerarios biográficos la coherencia intelectual es en buena medida reconstructiva. Citando a Schopenhauer, añade que las justificaciones racionales suelen ser reconstrucciones interesadas a posteriori, donde las cosas cuadran sospechosamente bien. Se trata de una reflexión de la que me he acordado esta semana a raíz del fallecimiento de Patxo Unzueta. Sobre todo tras leer ciertos obituarios escritos por personas que lo admiraban, en los que se han destacado su labor periodística e intelectual, pero en los que a su vez el tratamiento dado a su militancia en ETA ha resultado tan singular como difuminado, por no utilizar términos más mordaces.
En efecto, ha sucedido que para destacar la labor de deslegitimación, rechazo y denuncia de la organización armada realizada durante décadas por el bilbaíno, molestaba precisamente su previa militancia en la misma, por lo que algunos panegiristas han optado por diluir tal militancia, reduciéndola casi a lo anecdótico, o incluso negándola, escribiendo sorprendentemente que Unzueta solo “anduvo en las cercanías” de ETA. No hace falta ser ningún experto en la materia para cerciorarse de que su participación y protagonismo en decisiones y asambleas de calado va más allá que compartir aula en los Escolapios con Txabi Etxebarrieta. Por ejemplo.
Nada hay de malo en poner el acento en las facetas que más interesantes nos parecen al repasar la vida de personalidades públicas. En el caso que nos ocupa, la aportación intelectual posterior de Patxo Unzueta supera además en importancia a su militancia previa en ETA. Por ello causa perplejidad que sus biógrafos de urgencia hayan tenido al respecto la infeliz idea de contar al respecto lo que no fue, de no contar lo que fue. Sobre todo, porque han conseguido el (para ellos) indeseable efecto de que pongamos el foco en aquello que querían que corriera con disimulo, como un tupido velo.