Me gusta que los medios tradicionales tengamos que competir por la audiencia con medios o incluso personales individuales que no se ajustan a los cánones habituales de lo que se conoce como un medio de comunicación. Creo que nos debe servir para ponernos las pilas y para ajustarnos más a la verdadera razón de ser de los medios: informar y, en algunos casos, analizar. Más allá de que cada medio tenga su línea editorial y su ideología e incluso sus filias y fobias, por encima de todo eso debería planear la inexcusable atención a la verdad. Entendida como la sucesión de hechos que se han comprobado reales, con la cronología que han sucedido y con todos los ingredientes que en esos hechos han tomado parte. Ni más ni menos. Si los medios logramos no desviarnos de eso, al margen de que luego haya una sección de opinión concreta o unos editoriales concretos o incluso una selección de temas, titulares y entrevistados concreta, algo habremos avanzado o al menos aportado a este mundo de la información que de 15 años a esta parte se ha convertido en un marasmo de plataformas y actores en el que un tipo con un móvil y millones de seguidores en Tik-Tok influye mucho más en la población joven que mil medios al uso, sus profesores y sus padres. Por poner un ejemplo. Ver estos días a decenas de hienas apostadas frente al parking del centro comercial Bonaire lanzando predicciones sobre centenares de muertos o ver a esas y esos influencers –hay mucho influencer positivo también, como hay medios más o menos dañinos– soltando barbaridades por la boca ha dado, realmente, terror. Y ha puesto de nuevo el debate en la mesa sobre si todas estas cuestiones no tendrían de algún modo que ser legisladas para que no saliera gratis soltar lo primero que te viene en gana para ganarte unos seguidores o audiencia, una carrera en la que por desgracia ha entrado también mucho medio tradicional.
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