Un nepalí de 18 años se ha convertido en el escalador más joven en subir los 14 picos de más de 8.000 metros que hay en el planeta. En apenas 3 temporadas, Nima Rinji ha subido los 14 –a Messner, el primero en hacerlo en 1986, le costó 16 años– y ha batido un récord que tenía un tío suyo con 30 años. En féminas, mientras, una británica-española de 24 años lo ha logrado también, escalando los 14 también en muy pocos años. La proliferación de expediciones que van de una montaña a otra en helicópteros, con sherpas de altura de gran nivel que preparan las rutas hasta la cima y el uso masivo de oxígeno embotellado –la británica lo ha usado en 12 de los 14, el nepalí lo ignoro porque no suelen dar detalles, pero no me cabe duda de que en bastantes– hace que estos logros que hace unos años –10, 15, anteriormente– eran grandes gestas se hayan convertido en puras estadísticas con escasísimo nivel deportivo, en la medida en la que el uso de oxígeno para subir ochomiles quedó demostrado en los años 70 que era una barrera perfectamente superable para seres humanos entrenados y capaces. Que ahora haya miles de escaladores tachando cimas subiendo por rutas clásicas preparadas con oxígeno tiene la misma relación con el alpinismo que yo corriendo la maratón de Boston en una scotter. Poco después, en el glaciar del Rongbuk del Everest, se encontró una bota, restos humanos y un calcetín de Sandy Irvine, la pareja de escalada de Mallory. Mallory e Irvine desaparecieron en el Everest en 1924 y nunca se supo si hicieron cima o no. La cámara que llevaban –los restos de Mallory se descubrieron en 1999– no se ha encontrado. De aquellos legendarios aventureros sin apenas medios que se ganaban cada metro a estos actuales hay tal abismo de planteamiento que, por desgracia, a veces quedan empañadas bonitas y duras escaladas en ochomiles que, sí, todavía se siguen produciendo.
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