Estamos ya a 14 de enero –ojo, el miércoles anochece ya a las seis de la tarde, lo que no pasaba desde el 1 de noviembre, ¡vamos!– así que calculo que más de la mitad de la población ya habrá incumplido sus promesas de año nuevo. En 14 días te da tiempo a desbaratarte sin problema. No recuerdo dónde ni a quién le leí hace poco afirmar, creo que con mucha razón, que esa costumbre casi social de autoimponerse retos personales, mejoras y compromisos para el 1 de enero es una tortura psicológica que además llega en uno de los peores meses del año, cuando más frío, oscuridad y falta de energía tenemos. Tiene toda la razón. Cierto es que cuando se trata de afrontar retos –dejar adicciones o vicios o dinámicas negativas, mejorar la salud física, etc, etc– nunca ninguno suele ser buen momento, porque el cuerpo y la mente se han hecho a esa situación y romper con esa inercia es complejo, pero no es menos real que sí que hay diferencias entre unas épocas y otras, tanto personales como en el calendario. Y no parece que el 1 de enero o el 7 de enero sean precisamente las más indicadas. No sé ustedes cómo lo ven y si este año se habían comprometido con algún cambio personal o no, pero si ha sido así y ya lo han incumplido, pues no se vengan abajo, que a veces creo que nos metemos mucha caña. Vivimos en la sociedad de la culpa, por otra parte, en la que en seguida nos bombardean con el deporte, el cuidado, la buena alimentación, esto, lo otro, el trabajo, cuidar la pareja, las amistades, viajar, blá, blá. Una cantidad de exigencias de la hostia, dicho sea de paso. Que no digo que no haya que comprometerse con ciertas cosas que nos hacemos que sabemos que son dañinas y muy perjudiciales, no, pero sí querernos un poco más si nos cuestan las cosas varios intentos o si no sale todo todo todo como nos hemos planteado. Ánimo ahí, exíjanse pero sin ahogarse. Poco a poco.