Bob Dylan actúa esta noche en Ámsterdam. Llegó a Europa a finales de septiembre para iniciar su gira europea –la primera desde 2019– en Oslo y estará hasta primeros de noviembre, cuando finalizará su tanda de casi 30 conciertos en Dublín. El pasado día 6, en Berlín, en mitad de una canción, paró de cantar y le explicó al público que estaba prohibido grabar con móviles y que “mientras la gente esté grabando vídeos, no vamos a tocar”. Luego llegó seguridad, Dylan señaló a quien estaba grabando, le retiraron el móvil y siguió. 81 años y medio, 60 en el negocio, ganador del Nobel, del Grammy, del Pulitzer, del Óscar, de la inmortalidad y con las pelotas bien puestas: si no eres capaz de venir a mis conciertos a oírnos tocar y cantar y dejar tu puto móvil en casa o en la puerta, no vengas. Bueno, creo que todos somos capaces de darnos cuenta de que la adicción al móvil es la adicción del siglo XXI y de que la adicción a fotografiar o grabar todo es de una incontestable gravedad, al punto de que ya hay –como en el caso de Dylan– artistas o espectáculos que prohíben la entrada a conciertos con teléfonos móviles, que no solo suponen un martirio para los artistas sino también para el resto de espectadores. Quien más quien menos ha estado en un concierto y ha tenido que aguantar a alguien delante haciendo contorsiones para sacar su maldita foto, por no hablar de que quien parece estar más interesado en inmortalizar o grabar algo corre el grave riesgo de perderse ese algo. Pero, bueno, ese es su problema, aquí lo básico es que quien organiza el sarao tiene la potestad de poner sus normas y protegerse y de paso proteger, con lo cual yo al menos estoy muy de acuerdo con El Maestro, que ya paró un concierto en Viena en 2019 hasta que dejaron de sacar fotos. Móviles fuera y asunto solucionado. Es una tiranía y un turre. Ojalá cunda el ejemplo y se extienda más y más.