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Moral como coartada del poder puro y duro

¿Ha estado bien dirigir toda nuestra atención a Oriente Medio, una poca a Rusia/Ucrania y prácticamente nada al resto?

Moral como coartada del poder puro y duroEFE

El uso de argumentos morales como artimaña para el poder es una gran constante histórica. Ha habido, hay, y siempre habrá un uso hipócrita de la moral. En tal contexto cabe preguntarse si la fuerza bruta se pone al servicio de la moral, o es esta última la que es instrumentalizada por la primera.

Israel ha justificado los bombardeos masivos sobre Gaza, que probablemente acaben calificados como genocidas por la justicia internacional, por la lucha contra el terrorismo y el derecho a la defensa. Hamás ha justificado sus atentados con la lucha por la autodeterminación del pueblo palestino. Históricamente, las cruzadas, las colonizaciones de América Latina y de África por los europeos, la supuesta liberación de Asia por los japoneses en los años treinta del siglo pasado, la Guerra Fría, la intervención soviética en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968, la guerra de Vietnam, el apoyo estadounidense al golpe de Estado en Chile o la guerra iniciada por Rusia en febrero de 2022 para desnazificar Ucrania, todo ello, y mucho más, se ha llevado a cabo en nombre de una determinada idea, interesada, de la moral. La defensa o promoción del cristianismo, de la democracia, el comunismo, la lucha contra el colonialismo... todos esos pretextos han sido históricamente utilizados para justificar masacres.

También hay que admitir que ninguna de estas acciones suscita unanimidad. Por el contrario, son defendidas con fervor o denunciadas violentamente por unos u otros.

Pero la moral también está ausente entre nosotros, los de a pie. Al igual que los derechos humanos. Para nosotros hay y siempre ha habido víctimas de primera, de segunda e incluso de tercera. Nadie se acuerda de los 46 tailandeses muertos el 7 de octubre ni de los 31 rehenes de esa nacionalidad tomados por Hamás, que ya me dirán ustedes qué culpa tendrían. Su único pecado fue huir de la miseria recogiendo naranjas en los Kibbutz atacados. Matar a no combatientes –sean palestinos, israelíes o tailandeses– es un crimen en el derecho internacional humanitario, sean de la nacionalidad que sean, sean muchos o sean pocos. La toma de rehenes, bajo la forma que sea, también lo es.

Que conste que con esto no quito un ápice de gravedad a lo perpetrado por Israel. Resulta sintomático que tenga que decirlo. Los números son los que son y mi condena es igual de fuerte que la de cualquiera. Pero tampoco se puede negar que el genocidio que se juzga en La Haya contra Israel ha borrado por completo otros genocidios irresueltos, por ejemplo, el de los rohingyas, en Myanmar. Su causa tiene puntos en común con la de los palestinos pero es inexistente informativamente. Se me ha explicado, a modo de justificación, que el genocidio perpetrado contra los palestinos lo hemos vivido en vivo y en directo, y no así el de los rohingyas. Resulta extraño que se use esa excusa, cuando precisamente es eso lo que acentúa la necesidad de prestar atención a los hechos de esa naturaleza que se dejan de lado. Eso sí, siempre que de verdad creamos que los derechos humanos son para todos y todas, sin distinción alguna por razones de sexo, raza, color, lengua, religión, opiniones políticas u otras, origen nacional o social, pertenencia a una minoría nacional, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación.

Últimamente apenas asoma un poco otro conflicto completamente olvidado, el de Darfur. Allí, en la localidad de Al Fashir, en el oeste de Sudán y capital del estado de Darfur del Norte, se ha producido una matanza que –a tenor de fotografías de satélite– literalmente ha teñido las calles de sangre. Entre las víctimas hay cristianos, pero también animistas y musulmanes. La religión no era el motivo principal de tales crímenes, a pesar de lo que se pueda ver en redes sociales a modo de reproche contra dobles raseros. Pues bien, también hay quien se deja llevar por el grito de guerra de que allí matan a cristianos. En la maternidad de Al Fashir mataron a unas 450 personas, la mayoría de ellas musulmanas. Hubo matanzas en iglesias y también en mezquitas. Tampoco aquí pretendo quitar gravedad alguna al hecho sino decir que habría que reaccionar enérgicamente fueran quienes fueran las víctimas y no en base a la religión que profesen. 

Y es que, desgraciadamente, en el ámbito de la moral, siempre nos vamos a encontrar con el problema del doble rasero, de la aplicación selectiva del principio universal, al aceptar en algunos casos lo que condenamos en otros. ¿Es de recibo, por ejemplo, ser bastante indiferente a los bombardeos de no combatientes ucranianos por parte de la aviación rusa y reaccionar –como debe ser– contra los bombardeos israelíes sobre Gaza? ¿Ha estado bien dirigir toda nuestra atención a Oriente Medio, una poca a Rusia/Ucrania y prácticamente nada al resto? ¿No nos deberían indignar todas esas situaciones igual que nos indigna –como debe ser– la de Palestina? 

Me dirán que es porque así funcionan nuestros gobiernos. A ello respondo que nuestros gobiernos funcionan así porque los dejamos. E incluso, en ocasiones, porque directamente los alentamos a ello con nuestras actitudes. En resumen, es muy fácil echarles la culpa siempre a otros, aunque sea cierto que la cuota alícuota de culpa varía por el grado de responsabilidad.

En todo este panorama, hay quien ya ha finiquitado la justicia internacional con lo ocurrido estos años en Palestina. Tanto en ese caso como en otros, digo que aún no es hora de tirar la toalla. Tiempo al tiempo.