Dado el deterioro actual en el uso de las palabras, derivado, en parte, de la profusa utilización de expresiones, a veces imbéciles, provenientes del mundo de internet, entre otros, he revisado distintas ediciones del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y de la enciclopedia Larousse, para tener una visión amplia del significado de la palabra fatiga. Opto por la siguiente definición académica: “Fenómeno que aparece en los seres vivos, relacionado con la actividad de uno o varios órganos o tejidos, y que consiste en una disminución del rendimiento, acompañada o no de sensación de cansancio”.

Obviamente, la democracia no es un ser vivo desde la óptica biológica, pero sí creo que, desde una visión social, dinámica y sistémica, puede asimilarse a ella. Y esa fatiga democrática puede venir forzada por el contexto, en el cual se retuerce el vocabulario, como queda dicho, y así, por ejemplo, presenciamos la confusión inducida en la utilización de palabras y conceptos como los relativos a “autocracia”, “fascismo” y “democracia”.

Respecto a esta última, dado que en otros artículos me he referido a la misma, solo indicaré que no consiste, en absoluto, en emitir votos cada cierto tiempo. Es mucho más que eso. Además de un sistema de decisión colectivo es un modo y filosofía de vida en común. Algo que algunos voceros diarios y responsables políticos aún no han asimilado.

En relación a los otros dos vocablos, cabe indicar que por autocracia se entiende, según el diccionario de la RAE, como “el sistema de gobierno en el cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley”. Y que por fascismo se entiende, según la enciclopedia Larousse, “aquella doctrina encaminada a reemplazar un régimen democrático por otro autoritario y nacionalista” y, añado, mediante la dictadura de un partido único.

Ambos son sistemas diferentes, pero tienen cosas importantes en común, como es la abolición de las libertades de la mayoría, y no digamos de las minorías. No hay más que analizar objetivamente los hechos reales de la historia.

Parece que esta fatiga democrática, enmarcada en el contexto que reflejan estos ejemplos, podemos identificarla con la esencia del propio sistema democrático como facilitador hiperactivo de soluciones a los problemas que afectan a las poblaciones que da servicio. Conste que soy de los que tengo una sólida convicción de que no hay otro sistema político mejor que la democracia liberal, acompañada de un sistema económico en el que el sector público es un actor proactivo y no solo dedicado a corregir el mercado.

Por otro lado, la reiterada fatiga puede provenir, también en parte, por el cansancio ciudadano ligado a la sensación de la no superación de aquellos problemas, dificultades y sensaciones que tiene esa ciudadanía y la cual exige una inmediatez en su resolución. Y que pueden ser reales, como es el hambre para algunos, y subjetivas, cuando se trata de alcanzar cotas de acumulación de riqueza individual derivada de la visualización del mundo ideal con que determinado ámbito anglosajón nos desorienta con sus actuales elaboraciones culturales soportadas en bits y series televisivas.

Seguidismo de Donald Trump

Un ejemplo palmario del declive sugerido es el seguidismo que el mundo occidental hace el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que quiere ejercer, y ejerce, como sheriff mundial, contando para ello con la sumisión de gran parte del mundo, especialmente, el denominado el “Primer Mundo”. Para ello cuenta con un exiguo 0,95% de apoyo mediante voto democrático. Es decir, sus 78 millones de votos de apoyo en los Estados Unidos, frente a los 8.142 millones de habitantes de la Tierra. Hecho objetivo envuelto en una actuación permanente de falta de rigor, de falta de educación, de nivel intelectual, y con una retórica falsaria que todo lo envuelve.

Viendo lo que se ve diariamente en la mayoría de los medios de comunicación, algunos mensajeros sí son culpables del abuso de la comunicación inexacta. Por eso hace falta un alto nivel cultural, que no de conocimiento, para discernir lo real de lo inventado en relación a los hechos y de las ideas que determinados grupos de presión, al servicio de algunas elites, nos imbuyen. Es decir, hay que ser capaz de separar el grano de la paja, y, hoy por hoy, hay un exceso de pajeros frente a los cuidadores del grano.