“Ya lo he dicho muchas veces: considero que los pueblos ruso y ucraniano son el mismo Pueblo. En ese sentido, toda Ucrania es nuestra y nos pertenece. Nosotros tenemos una vieja regla, que no es un proverbio, ni una parábola: allí donde pisa un soldado ruso, eso es nuestro. Nuestros avances no los guían decisiones políticas, sino la lógica de las operaciones militares”. Son palabras pronunciadas por Vladimir Putin, el pasado 20 de junio en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo. Es la visión imperialista, militarista e impositora de la Rusia que actualmente preside el que fuera agente de la KGB desde 1975 y, posteriormente, director del Servicio Federal de Seguridad (SFS), heredero de la primera.

Estas contundentes frases se pueden añadir a otras dos ideas manejadas por Putin, en una trilogía que nos muestra su concepción estratégica del posicionamiento de la Federación rusa en Europa y en el mundo. La primera de ellas, la expresó en 2005: “La desaparición de la Unión Soviética en 1991 constituyó la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX” (sic); y la segunda, es de 2014 tras su invasión de Crimea: “El oso (el oso ruso, se entiende) no va a pedir permiso a nadie para defender sus intereses de seguridad” y que “se considera el rey de su taiga (la URSS), que no pretende abandonar ni dar o ceder a nadie”.

Por si a alguien le quedara a alguna duda sobre la virtualidad de estas ambiciones, el pasado 15 de agosto, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, apareció en la cumbre de Alaska, que reunió a Trump y a Putin, con un llamativo jersey con la leyenda CCCP (URSS, en ruso), en grandes letras.

Y es que durante los últimos cinco siglos, Rusia ha estado determinada por la obsesión de garantizar su seguridad a través de la ocupación geográfica y territorial. Esto culminó, primero, en 1922 con la creación de la URSS, y segundo, con el establecimiento de sus áreas de influencia en países satélites dominados a través del Pacto de Varsovia y mediante la aplicación de la llamada doctrina Brezhnev de la soberanía limitada.

A finales del siglo XVIII, la emperatriz Catalina II la Grande ya sentenció que “la mejor manera de defender las fronteras de Rusia es extendiéndolas”. En ello se empeñaron sus antecesores y también los sucesivos gobernantes rusos, incluido actualmente Putin.

Pero tras 70 años de vida, la URSS se desmoronó con la caída del Muro de Berlín. La Historia nos volvió a demostrar que, desde Robespierre hasta Lenin, los sistemas socialistas fracasan porque provocan un grave socavamiento de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, una evidente ineficiencia e inviabilidad económica y social que lleva a la pobreza, la aparición de oligarquías y castas y el empleo sistemático de la corrupción y la violencia.

Putin pretende revivir hoy toda esta realidad imperial, sin reparar en medios (terrorismo de Estado), incluida la amenaza nuclear, y mediante el uso de la fuerza y de la imposición. Como los zares rusos o los mandatarios soviéticos, en oposición a la democracia, a la Unión Europea y a los valores de la libertad y del reconocimiento y del respeto a los Derechos Humanos y a la libre decisión de los Pueblos.

A lo largo de los años 90, hubo (en vano) un claro acercamiento de Rusia a la propia OTAN y a la Europa comunitaria, que en los últimos 80 años ha desarrollado un proyecto de integración europea con el objetivo de establecer la paz, la democracia y la prosperidad de los pueblos europeos y su derecho a decidir (pendiente para algunos territorios), dejando de lado la asimilación y la imposición, propia de mentalidades y de pretensiones imperialistas, dictatoriales y supremacistas. Las de Putin, precisamente.

La Rusia de Putin niega la condición de Nación y de Pueblo a Ucrania, y su derecho a existir como tal y a decidir su futuro en paz, democracia y libertad (lo mismo que Netanyahu con el Pueblo palestino). Por eso (con la ayuda de China, Corea del Norte e Irán, fundamentalmente, y la comprensión de Trump), la invade, provoca miles de muertos (también civiles), genera millones de huidos, arrasa sus infraestructuras, destruye poblaciones (viviendas, parques, hospitales, escuelas) y hasta secuestra niños.

Euskadi está a más de 3.300 kilómetros de Kiev. Pero seríamos unos ingenuos y unos irresponsables si tratáramos de desentendernos de la tropelía de Putin. Ingenuos si no entendemos que Putin es una amenaza real para la seguridad europea, y por tanto, para la nuestra, como ya puso de manifiesto en su día el lehendakari Agirre. E irresponsables, porque Europa es también un proyecto de solidaridad entre sus Pueblos y, en consecuencia, debemos hacernos cargo de los que viven la agresión de Putin muy cercana, como, por ejemplo, los países nórdicos (Dinamarca, Suecia, Finlandia o Noruega), los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia), Alemania, Polonia o Moldavia y Georgia.

*Senador EAJ/PNV