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Hablando en bata

Víctor Prieto

La fiera de mi niña

La fiera de mi niñaEFE

Deploro utilizar el título en castellano de todo un peliculón de Howard Hawks para bajarlo al barro político nacional, “pero verá usted señoría... estaba ahí, cubierto de polvo...no había cámaras, nadie miraba y no pude evitar meterlo bajo la gabardina que acababa de robar en la sección de ropa de caballeros”. Sí, eso es lo que diría ante un tribunal y si cuela, cuela. Además se trata del título, como he dicho, en castellano que carece de valor artístico alguno. “Si me apura, señoría sería comparable a robar mierda, delito de cuya existencia dudo”. Y me quedaría tan pichi, oye.

“¿Y quién es la fiera de tu niña?”, indaga por telepatía mi jefa, a quien Alá llene sus establos de camellos. ¿Quién va a ser, dulce alma de cántaro, cuyos pies besaría si no fuera por mi lumbago? Pues claro: Isabel Díaz Ayuso, bautizada como Isabel Natividad Díaz Ayuso (nombre alevosamente compuesto que me ayuda a entender su rencor hacia la especie humana en general). Una leona que no ha tardado en salir en defensa de su macho alfa, Alberto Mascarillas González Amador, tras conocer los audios de una inspectora de la Agencia Tributaria que aseguró ante el juez que su pareja tiró facturas falsas para defraudar al fisco. Respuesta de la fiera: “La Agencia Tributaria es una máquina de expulsar fortunas, inversiones y propiedades”. En este punto comparto, con matices, su enfado: lo interesante es requisar las fortunas, inversiones y propiedades y expulsar a sus titulares. Lo que los economistas de fuste denominamos “hacer caja”.

Pero recapitulo: Ayuso me abruma. Ya he reconocido en esta página que compartiría mesa con esta mujer, pero en el momento en que ella coja un tenedor yo me levantaría para caminar hacia atrás, sin darle la espalda nunca, buscando cambiar de mesa, de restaurante o incluso de país. Llámenme cobarde, pero en mi caso el instinto de supervivencia y el puritito pánico sólo se diferencian en el relativo control de los esfínteres y no digo más nada. Prefiero meter la cabeza en una pecera con pirañas.

Más aún: si yo fuera juez y considerara a González Amador culpable de los delitos que se le imputan, lo condenaría a casarse con Isabel Natividad Díaz Ayuso hasta el fin de los días y uno más. Porque si sus 2.000.000 de euros en comisiones por comerciar vilmente con mascarillas en plena COVID acaban dando al traste con la carrera política de su churri, en el pecado llevará la penitencia. No hay límites para ese rencor. Y que le sea leve, porque dormir en un sofá no es nada comparado con saber que ella lo repuebla noche tras noche con escorpiones.