El anuncio de Donald Trump de imponer un arancel del 30% a productos europeos ha desatado preocupación en Bruselas y en las capitales de los Veintisiete. La carta enviada a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha reactivado el temor a una guerra comercial transatlántica justo cuando las relaciones parecían reconducirse. Aunque aún no se ha concretado la aplicación de los aranceles, la misiva ha sido interpretada como una maniobra de presión más que como un punto de no retorno. Los expertos coinciden en que podría ser parte de la estrategia de Trump para obtener ventajas en futuras negociaciones.

En paralelo, la Comisión trabaja en una respuesta firme pero medida. Algunos Estados miembros piden unidad y contención, mientras otros temen un impacto económico inmediato. El momento es delicado: la economía europea muestra signos de desaceleración y una guerra comercial podría agravarlos. Las conversaciones continúan, pero el reloj corre hacia el 1 de agosto. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Trump? ¿Responderá la UE con firmeza o con pragmatismo?

Estrategia o choque

La carta firmada por Donald Trump a Ursula von der Leyen ha sido recibida como una clara advertencia. Más allá del lenguaje provocador, expertos en comercio internacional como los del instituto Bruegel y el think tank Atlantic Council interpretan el gesto como un movimiento estratégico. Trump podría estar intentando forzar una renegociación rápida, buscando concesiones en sectores como la automoción o la energía, donde Estados Unidos busca colocar excedentes. Ya en el pasado, el expresidente utilizó tácticas similares para presionar a México, Canadá o China.

Para la UE, responder con firmeza, pero sin romper puentes es un equilibrio difícil. La Comisión ha evitado dramatizar, insistiendo en que el diálogo continúa abierto. Sin embargo, el salto del 10% al 30% en los aranceles propuestos sugiere un endurecimiento notable. El riesgo es claro: si la UE cede, sentaría un precedente; si responde con represalias, podría desatar una guerra comercial. La partida está abierta, pero la desconfianza crece.

Respuestas posibles

La Comisión Europea ya ha esbozado una serie de respuestas si se aplican los aranceles. El primer paquete contemplaría aranceles espejo sobre productos estadounidenses por valor equivalente al daño estimado: cerca de 72.000 millones de euros. Estos afectarían sectores simbólicos como bourbon, motocicletas o maquinaria agrícola. Una segunda línea de actuación pasa por activar el Instrumento de Anti-Coacción, que permitiría medidas más amplias, como restricciones a inversiones estadounidenses o limitaciones en contratación pública. Algunos Estados miembros, como Francia y España, presionan para actuar con contundencia, mientras que otros, como Alemania o Países Bajos, prefieren agotar el diálogo.

La presidenta Von der Leyen ha advertido que “la UE no se dejará intimidar”, aunque evita escalar el conflicto. Además, podría buscarse apoyo en la OMC, aunque los tiempos de resolución son lentos. También se baraja una ofensiva diplomática para implicar a Canadá, Japón y otros socios en una respuesta coordinada. La presión interna en la UE es creciente, con sectores industriales muy preocupados por el posible impacto inmediato de las medidas estadounidenses.

Sectores expuestos

La imposición de un arancel del 30% tendría consecuencias económicas significativas para la UE. Según el Instituto Alemán de la Economía, la medida podría provocar una caída del PIB europeo de hasta un 0,8% si se mantiene durante un año. Alemania, como mayor exportador de automóviles y maquinaria, sería el país más afectado, seguido de Italia, Francia, Países Bajos y España. Sectores como el automotriz, aeroespacial, agrícola y tecnológico sufrirían pérdidas cuantiosas, con especial impacto en productos como coches, vinos, quesos, maquinaria industrial y productos médicos. Además, regiones como Baviera, Lombardía o Catalunya, altamente expuestas al comercio transatlántico, verían caer sus exportaciones y su actividad empresarial. Las pymes exportadoras serían particularmente vulnerables, al no poder asumir costes adicionales ni redirigir con rapidez sus ventas. A medio plazo, las empresas podrían buscar nuevos mercados, pero la pérdida de acceso competitivo al mercado estadounidense sería difícil de compensar. La incertidumbre regulatoria y el aumento de costes frenaría inversiones. La UE, una vez más, se enfrenta al dilema entre firmeza política y estabilidad económica.