Aunque nos vamos acostumbrando, no es fácil recibir malas noticias de ámbito local, nacional o internacional y sentirse privado de la capacidad de hacer algo para que las cosas mejoren. Es imposible ir más allá de juzgar comportamientos, valorar ideologías, buscar culpables, y descalificar o alabar relatos. A muchos nos gustaría sentir la capacidad de poder cambiar a mejor en muchas cosas en las que una gran mayoría estamos de acuerdo. La sensación de poder hacer algo -por pequeño que sea- que influya en lo que está ocurriendo es inalcanzable. Siempre se anuncia que el problema es muy complejo y los responsables -que se dicen competentes en la materia- repiten que se intentará resolver y que no volverá a ocurrir, con una falta de detalles y compromisos. La inoperatividad, la dilación, las comisiones, las promesas, las investigaciones, la confusión y la ausencia de propósitos claros y de iniciativas innovadoras agravan los problemas que en distintos grados nos incumben.
Parece que la inserción social de la mayoría de las personas, a efectos de su influencia en el devenir general -que pronto será el suyo- está muy restringida. Su acción se limita a su pequeño círculo de convivencia familiar y laboral. Unos dicen que esto es individualismo, otros que es falta de cohesión social o desafección de la política, y que por eso aumenta como nunca el sentimiento de soledad, deseada y no deseada. Esta introspección personal y social está en contraposición con la cantidad y diversidad de información recibida del exterior. Esta es cada vez de mayor dimensión y de menor solvencia, y sospechosa de intenciones ocultas de sus difusores para la creación de opinión pública.
Se crea así un gran limbo informativo, una montaña de información inútil y un repertorio permanente de discursos justificativos de lo que ocurre. Discursos distantes por la lejanía e inaccesibilidad a los afectados, y por la falta de criterios ecuánimes respecto a lo que realmente ocurre. Llegar a aplicar un pensamiento crítico -como se propone en la educación deseable- requiere otra clase de educación de jóvenes y adultos, información veraz y también criterios éticos sólidos, supuestos todos ellos muy poco frecuentes. La dicotomía entre la enorme dimensión de la información recibida y la escasa capacidad de intervenir en los acontecimientos, deriva en la desafección política y social, y en un creciente individualismo sistemático de las personas -“yo a lo mío”, “no me interesa”-. Con ello, los medios de comunicación ensanchan sus canales, acaparan la atención, marginan los relatos y reducen la relación directa y habitual entre personas cercanas.
En tiempos de desastres como los vividos recientemente, comprobamos que aún se mantienen las raíces sociales humanas dotadas de la sensibilidad y la solidaridad de los individuos cercanos. La sociedad de la hiperinformación, o más bien de la “infomoción caótica” (mover y exponer información sin garantías), aprovecha la potente manipulación tecnológica para transformar los comportamientos de los individuos, sus modos de pensar, sentir y relacionarse. Con ello la sociedad cambia desde sus cimientos. Cuando a principios de este siglo la tecnología de la comunicación abrió las puertas al anonimato de Internet y a la comunicación abierta desde potenciales seudónimos, se inició una explosión de cambios sociales. Se plantaron las nuevas bases en las redes sociales para la resurrección y latencia permanente de conflictos personales y colectivos. Aún cuando la información -falsa o sesgada- ha sido en la historia un arma de influencia a través de la propaganda, la anterior capacidad de acción era muy reducida, ya que la radio y los pasquines eran recursos muy limitados. Hoy en día la capacidad de acción se ve aumentada exponencialmente por la potencialidad ilimitada en la difusión, recuperación, transformación y redifusión de información -en todos sus formatos- a la que acceden 4.000 millones de personas. Impacto que además se potenciará exponencialmente con la llegada de la IA.
El sentimiento de impotencia para materializar ese deseo colectivo de disponer de una sociedad confiable, que sea sensible a los problemas sociales, y coherente en su capacidad de acción, está muy extendido entre los ciudadanos. Las respuestas personales a esta situación son diversas. En los extremos encontramos a los optimistas pasivos que se comparan con otros escenarios peores, y a los pesimistas metódicos -nostálgicos- que añoran el pasado como mejor, olvidando los puntos negativos del mismo. Entre estos extremos las respuestas habituales de la gran mayoría a esa impotencia creciente son las críticas de cada día sobre los comportamientos de los dirigentes. Comportamientos que avalan las actitudes de pérdida de consideración de los otros, y de abandono del cuidado y protección de los recursos comunes. Ante la conclusión de que nada se puede hacer al respecto, al afirmar que todos son iguales, muchos individuos se aíslan de lo colectivo y concentran sus capacidades en atender de la mejor manera posible sólo lo cercano, sus intereses, sus asuntos, sus allegados y familiares. Este es un propósito muy frecuente en adultos y mayores que velan exclusivamente por los cuidados y el futuro de sus descendientes. También los hay que consideran que su trabajo laboral ya es un aporte social significativo por el pago de los impuestos correspondientes.
En resumen, la gran mayoría de los ciudadanos vive su vida cotidiana en paralelo con la dudosa información global y con la desafección política como actitud dominante de impotencia. Sin duda este diseño social vigente y creciente, agitado por la hipercomunicación tecnológica, favorece una respuesta generalizada individualista e irresponsable sobre lo común, aún cuando las catástrofes periódicas hacen aflorar sentimientos de solidaridad residentes en las personas. Esta postura individualista, conectada con la pequeña y la gran corrupción en diferentes escalas, está desconectada de la acción efectiva de los individuos sobre lo colectivo. Todo ello muy acorde con las necesidades de un sistema socioeconómico globalizado, nutrido de intereses personales, que sabe activarlos para crecer y competir entre empresas, políticos, países y bloques geoestratégicos, muy lejos de las expectativas colectivas y vitales de los ciudadanos.
Ingeniero Industrial. Doctor en Organización