La música, como casi todo, es una cuestión de fibra. Si hay un músico o grupo que por muy objetiva y musicalmente bueno que sea, pero a ti no te toca la fibra, no hay nada o casi nada que puedas hacer para intentarlo, para forzarte a que te entre por el oído. A mí me pasa con Springsteen. Tenía en casa un par de discos suyos, que compré, aquel famoso Born in the USA y el Tunnel Of Love, y luego he escuchado la mayoría de sus grandes éxitos, pero no hay manera: me cae estupendamente, le reconozco hasta la calidad de muchas letras, pero me pongo a escucharle y apenas siento nada. No es el caso de los miles que van a verle en unos días en Donostia, en dos nuevos baños de masas que se va a dar en la capital guipuzcoana, con la que tiene un idilio hace años. Oí hace poco la versión que hace últimamente del Chimes of Freedom de Dylan, un temazo –uno entre los 100 o 150 temazos que tiene El Maestro– y la verdad es que el tío la borda, porque es un, eso sí, gran intérprete, como también demuestra en esa emocionante versión del Rainy Night in Soho de Shane MacGowan que se marca alguna noche. Un Rainy Night que hace un mes cantó por vez primera el propio Dylan, a sus 84 años, para el afortunado público de Phoenix. Es por eso que hay que ir a los conciertos de la gente que te toca la fibra y no malgastar balas con la que no: por si alguna noche suena la flauta y se sacan de la chistera algo como lo que hizo Dylan hace un mes. La habré escuchado 100 veces desde entonces y posee todas las cualidades vocales y de fraseo que hicieron de Dylan algo único en su especie, con una hondura que te levanta la tapa de los sesos. Muchos y muchas no la sienten y solo escuchan a una rana croar. Están en su derecho. Yo me traslado por el Cosmos con una felicidad inexplicable, la misma que seguramente sentirán algunos de los que vayan a ver al Boss en Anoeta a celebrar la fortuna de vivir algo así. lç