Mientras veía la interesante entrevista que el periodista Evole de la cadena televisiva española, La Sexta, al Papa Francisco recibí la llamada desde Perú, y lógicamente la conversación se centró sobre la importancia de su gestión. Y asumí el arriesgado compromiso de redactar mi propia reflexión de persona creyente en el mensaje evangélico del amor al prójimo, aunque no participante en los actos litúrgicos.
Desde esta perspectiva personal, concibo a la Iglesia como una institución humana, no divina, en la que se encuadran personalidades muy diversas, con sus virtudes y miserias; institución que más ha influenciado en la defensa de los Derechos Humanos y más ha trabajado en ayuda y promoción de los sectores sociales más necesitados y en los momentos sociales más graves.
Aunque en su historia son innumerables las críticas de sus actuaciones negativas, debo afirmar también que en mis gestiones del programa Cooperación del Desarrollo de Euskadi, tuve la oportunidad de conocer personas de la Iglesia entregadas en cuerpo y alma en esta labor de ayuda evangélica a los más necesitados como en la Asociación Agape de El Salvador de asistencia a mujeres violadas por paramilitares, cuyos niños morían por falta de personal que les pudieran mantener el biberón que ponían entre sus manitas; o en una de las zonas marginales de Lima en tiempos del Sendero Luminoso; o en los comedores sociales de la zona infranqueable del barrio Petare de Caracas; o en un programa de asistencia a mujeres obligadas a la prostitución en una zona cercana a la capital de Eritrea; o en la leprosería de Kerala (India), asistida por Izaskun, monja guipuzcoana.
Sí, en Eritrea interrumpí la reunión con quien considerándose “delegado de Dios” en dicho país solicitaba “por su dignidad” un nuevo palacio episcopal; sin embargo, cuando en la leprosería citada, pregunté a la Hna. Izaskun si había bautizado a algún leproso, me contestó que no entendía de “bautizos” y que si convivía con ellos “no era para convertirlos, sino por amor al prójimo”.
A noche me venían todos estos recuerdos mientras el periodista Évole informaba del apartamento en que vivía el Papa Francisco y de las respuestas, tan interesantes a las preguntas sobre feminismo, homosexualidad, prostitución, matrimonio gay, o sobre si consideraba que tenía enemigos en las estructuras del Vaticano, o sobre su propia percepción de su fama internacional, o sobre si la Iglesia debía pagar impuestos como las demás personas o sobre cuál era su opinión sobre el derecho a la igualdad de las mujeres dentro de las estructuras de la Iglesia.
Evidentemente temas todos ellos de gran interés. Por mis lecturas de obras y escritos de ideologías, religiosas y laicas, más diversas, conocía las reflexiones del Papa Francisco sobre muchos de los temas citados. Pero una vez más me llamó la atención su afirmación de que los hombres de la Iglesia debían abonar los impuestos a los que están obligados a pagar el resto de los seres
humanos. En este mismo orden fue muy resaltable también su respuesta sobre la igualdad de los derechos de la mujer en la Iglesia: “La mujer es también Iglesia. No es suficiente darle funciones”.
Evidentemente, desde los inicios de su papado, mantuve a este respecto una actitud crítica porque me parecía imposible un cambio de concepción teológica en que la mujer fuera considerada en igualdad de derechos y obligaciones que los hombres, pudiendo incluso acceder al sacerdocio. No me parecía suficiente el argumento de la “tradición”, si realmente creemos en esa perspectiva de fe en la que todos formamos parte del “cuerpo místico”, en que Espíritu Santo ilumina a todos los componentes de la “comunidad de fe”, y no sólo a las autoridades. Si realmente conocemos los orígenes de cómo en las primitivas comunidades cristianas se creó el sacerdocio y el episcopado, considero, como el Papa Francisco, que “no es suficiente adjudicarles funciones”. A este respecto coincido también las reflexiones del teólogo Hans Kung en su obra La mujer en el cristianismo.
Intuyo los impedimentos que el Papa Francisco pudo tener en las estructuras vaticanas para la puesta en práctica de sus concepciones de fe. Un exponente de esta realidad puede observarse en la reciente película Cónclave. Veremos si el próximo papado asumirá actitudes de vivencia de fe que superen las estructuras humanas, incluso litúrgicas y su incomprensible lenguaje y vestimentas para la sociedad actual.
Desde la libertad del cristiano (obra de Hans Kung), como creyente, aunque no practicante, considero que las gestiones y reflexiones del Papa Francisco han supuesto un gran avance respecto a la historia pasada de la Iglesia. Frente a quienes se dedican a investigar la tradición en la Iglesia Católica, considero que la vivencia de la fe evangélica debe animarnos a eliminar mitos de eventos sobrenaturales, como intentó el teólogo protestante alemán Rudolf Bultmann en su obra Historia de la tradición sinóptica, en un intento de crear el mejor cielo posible en este mundo, siendo Sincero para con Dios (Honest to go), como indica este título, obra de Jhon Arthur Robinson, síntesis del pensamiento de teólogos como Paul Tillich, Rudolf Bueltmann y Diettrich Bonhoeffer.
Goian Bego.