Xabier Lete tiene una canción que se la dedica a un niño que un día llegará adulto y al que le da algunos sabios consejos, entre ellos este que dice así:
“Haunditzen zarenean, ikusiko dozu, Ixilik egotea zenbat balio du”. “Cuando te hagas mayor, te darás cuenta de lo mucho que vale permanecer callado, en silencio”.
Me gusta expresar mi opinión, y por tanto no quedarme callado cuando lo considero conveniente. Y sin embargo, muchas veces permanezco en silencio. No pocas veces se me reprocha esta suerte de ausencia en la conversación. Se que soy, voy a expresarlo con las mismas palabras de las personas que me conocen, singular, o especial, diferente, eso me dicen. No me preocupa serlo, soy consciente, ni mejor ni peor, pero no soy muy convencional.
Trato de comportarme educada y amablemente en la formas, pero mantengo una distancia cuando considero que en la conversación no tengo especialmente nada que aportar. Demasiadas veces, a mi juicio, en las conversaciones y las reuniones se repiten argumentarios y consideraciones una y otra vez. Siento que en muchas conversaciones, el tiempo transcurre repitiendo cosas banales. En esos momentos me encuentro fuera de lugar, y como mucho, escucho, pero voy perdiendo el interés por seguir el hilo. Esto me provoca no pocos reproches, de no intervenir, de estar ausente, de no ser empático. Rehúyo la repetición y las conversaciones sobre terceros que en nada afectan a nadie relevante.
No por hablar más se entienden mejor las personas, y en muchas ocasiones es más bien todo lo contrario. Si hablásemos solo de las cosas que sabemos y cuando realmente tenemos algo que decir, sería muy conveniente para todos. En muchas ocasiones, hablando, en vez de entenderse, lo que hace la gente es pasar el tiempo, y en no pocas ocasiones hablar mal de personas ausentes, que no son culpables de nada, o difundir bulos que no benefician a nadie.
“El que sabe calla” y el que habla, lo hace muchas veces sin conocimiento suficiente. El que sabe calla, pero no porque quiera ocultar a los demás el secreto de su conocimiento, sino porque para llegar a saber algo con cierto rigor y profundidad hace falta mucho tiempo de reflexión y estudio.
“Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio”, dice la tradición judía. Y conocemos mucha gente sencilla, que no ha tenido oportunidad vital de formarse, que asiste a una conversación de manera atenta y sin hablar, es su sabiduría y sentido de la prudencia la que le mandaba estar callada, es su sencillez lo que la hace grande.
A nuestro alrededor escuchamos a personas que saben poco y no paran de hablar. En el uso excesivo de la palabra dicen cosas contundentes, parece que saben mucho, aunque no sea así, sobre todo cuando se encuentran entre personas más educadas que él y le dejan hablar, por pura cortesía.
Hablando no siempre se entiende la gente, porque muchas veces el que habla está escuchándose a sí mismo sin especial contenido en sus palabras. Y siempre, el lenguaje corporal, las miradas y los gestos hablan por sí solos y transmiten más empatía que la palabra.
Termino con la célebre frase de Wittgenstein en su Tractatus lógico-philosophicus, que dice “De lo que no se puede hablar, hay que callar”, expresando con ello un precepto ético que rige todo su pensamiento.