El 27 de enero de 1945, hace 80 años, fue la liberación del campo de exterminio de Auschwitz. La estructura, en territorio polaco, es una de las más conocidas de las construidas por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en el campo de exterminio de Auschwitz donde murió una parte significativa de los seis millones de judíos asesinados durante el genocidio de Hitler.

Después de la invasión de Polonia en septiembre de 1939, la ciudad de Oswiecim (Auschwitz en alemán) fue elegida por el Tercer Reich como el lugar más adecuado por razones logísticas. De hecho, la zona contaba con una red ferroviaria bien desarrollada que la conectaba con otros países. Por este motivo, ya a finales de 1939, el capitán de las SS Arpad Wigand propuso al comandante Erich von dem Bach-Zelewski, responsable de las fuerzas alemanas en Breslau, utilizar la estructura de un antiguo cuartel en un barrio de Auschwitz para abrir el primer campo de concentración y resolver así lo que presentó como “el problema del hacinamiento” en las cárceles de Silesia.

Inaugurado en abril de 1940 en una superficie de unas 200 hectáreas, el campo vio llegar a sus primeros internos –algunos presos políticos polacos– el 14 de junio. En 1941 el campo se amplió con la construcción de Birkenau y en 1943 se convirtió en una fábrica de la muerte. En total, allí fueron exterminadas más de 1.1100.000 personas, de las cuales el 90% eran judíos deportados de Polonia y de varios países europeos.

“Arbeit macht frei” (trabajo hace libres). Ésta era la inscripción, que más tarde se convertiría en símbolo de la barbarie nazi, que daba la bienvenida a los prisioneros de Auschwitz, el mayor y más infame campo de concentración y exterminio del Tercer Reich. Construido por los alemanes para llevar a cabo la solución final contra los judíos, el campo es hoy un lugar de recuerdo, visitado cada año por miles de personas que pueden ver así los horrores del nazismo de primera mano.

El nombre Auschwitz representa hoy el colmo de la barbarie y la depravación que puede afrontar la humanidad. Las imágenes imborrables que salieron a la luz tras la liberación de este campo de exterminio nazi por el Ejército Rojo apenas permiten vislumbrar la superficie del terrible infierno que los supervivientes piden no olvidar, para que no vuelva a ocurrir.

En 1947 se fundó un museo conmemorativo en el lugar del campo –yo lo visité hace algunos años– y en 1979 Auschwitz fue incluido como “lugar de memoria” en la lista de lugares protegidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. En noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas eligió el aniversario de la liberación del campo de terror para establecer un Día Mundial en Recuerdo de todas las Víctimas del Holocausto.

Permítaseme un salto en el tiempo. Benjamin Netanyahu, jefe del gobierno israelí, tiene sobre su conciencia el exterminio a partir del 7 de octubre de 2023, según cifras oficiales, de aproximadamente 47.000 palestinos, en su mayoría civiles. Según estimaciones de la prestigiosa revista científica Lancet, calculadas a partir de los hallazgos hasta el 30 de junio de 2024 y de su proyección, la estimación actual asciende a alrededor de 70.000 palestinos.

Estos cálculos no incluyen las discapacidades físicas y mentales permanentes, ni las bajas que se anuncian por desnutrición, frío, falta de atención médica y quirúrgica por la destrucción de hospitales y el asesinato o arresto de médicos y enfermeras, así como la prohibición sobre organizaciones internacionales de ayuda. En el infierno de Gaza, calcular la vida y la muerte sigue siendo un ejercicio improbable.

Una comisión especial de la ONU resumió la situación en Gaza el 14 de noviembre de 2024, afirmando que las políticas y prácticas de Israel son “consistentes con las características del genocidio” y detallando los hechos establecidos que justifican esta afirmación.

A su vez, el 21 de noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional de La Haya, que incluye a todos los países europeos y a la mayoría de los no europeos, emitió una orden de arresto internacional contra Netanyahu y su exministro de Defensa Gallant, acusados de haber cometido y seguir cometiendo delitos.

La invitación dirigida por el gobierno polaco a Netanyahu para conmemorar la liberación de ese lugar, escenario y símbolo del genocidio judío, en Auschwitz, constituye una ofensa a esa parte del pueblo de Israel que condenó sus acciones como criminales a sabiendas de las personas todavía retenidos como rehenes por Hamás. Representa una afrenta a esa gran parte de los judíos de la diáspora que se han sumado a esta condena considerándola como una forma de suicidio de Israel, de su reputación y de su identidad.

Y para esa gran parte de la opinión pública mundial que se sumó a la condena en nombre de los derechos humanos más básicos. Pero en todo esto, hay algo más dramático e irreversible. Auschwitz no es territorio polaco. Es un territorio de la humanidad. No es sólo patrimonio judío, sino patrimonio de la humanidad.

La presencia del criminal Netanyahu en Auschwitz sería una ofensa no sólo para los supervivientes sino para las víctimas del Holocausto, que verían su memoria profanada. Por eso Europa ha ordenado a Polonia que se detenga. Por eso el Papa Francisco ha alzado repetidamente su voz alta y clara.

La presencia de Netanyahu en Auschwitz despojaría al lugar de todo carácter sagrado. Marcaría un punto de inflexión trascendental. Es decir, el fin de una era cuyo recuerdo de Auschwitz fue uno de los paradigmas centrales, aquel resumido en el lema: “nunca más”.

¿Netanyahu en el lugar simbólico del Holocausto? No en mi nombre. Esto es lo que deben gritar los gobiernos y los pueblos si quieren evitar una catástrofe civilizatoria que ya amenaza sobre nosotros, por no decir que ya se ha consumado.