“Feliz Navidad y próspero año nuevo”. Seguramente no volvamos a citar la prosperidad en todo el año que viene. La rutina en el lenguaje individual y en la comunicación colectiva es portadora de conceptos e ideas muchas veces incompletas o insuficientes. Eso nos ocurre con prosperidad, desarrollo y crecimiento. Hablamos de desarrollo, sobre todo económico, para comparar la situación de los países y con ello esperamos influir en la buena o mala percepción de la población. Prosperidad no es ni macro ni micro economía, sino algo mucho más sutil que se refiere al logro y satisfacción en la vida cotidiana, y su proyección positiva y continua en el tiempo. Por eso lo deseamos para el año venidero, todos los años. La palabra prosperidad proviene del latín prosperitas. el sufijo le da forma de sustantivo abstracto para indicar un estado o condición, y su raíz está en el verbo prosperare, que significa “hacer feliz”.

Los términos prosperidad, desarrollo y crecimiento económico expresan realidades muy distintas y también distantes. Cada una y en ese orden engulle a las siguientes, añadiendo otros elementos imprescindibles para que así pueda definirse con propiedad. Por ejemplo, si hablamos de crecimiento económico sabemos que a nivel mundial los intercambios económicos crecen, y decimos que el desarrollo económico va bien, aunque también podemos decir que no tanto porque la desigualdad aumenta haciendo cada vez más ricos a los ya ricos, y más pobres a los pobres y no tan pobres. O que la desigualdad entre países –también la interior– aumenta en todos, tanto en los desarrollados como en los “en desarrollo”. 

Desarrollo tampoco es crecimiento económico, porque habría que añadirle otros activos sociales: la salud, la educación, el conocimiento, la calidad y diversidad del medio ambiente, la cultura, la seguridad y la sana convivencia basada en la confianza entre otros. Y sin duda hay muchas situaciones actuales donde estas siete condiciones lejos de mejorar empeoran, a pesar de que la economía ascienda en tamaño. El desarrollo, que puede tener muchas facetas, existe cuando se encuentran y conviven de forma simultánea e integrada tres realidades palpables: las capacidades, las oportunidades y un ambiente social de ausencia de conflictos y normas abusivas. Las tres circunstancias son imprescindibles, y la ausencia de cualquiera de ellas determina el freno o el retroceso del desarrollo, entendido como progreso material y social de una población y su entorno. 

Las capacidades para el desarrollo dependen fundamentalmente de las habilidades personales y colectivas en la resolución de problemas, representados fundamentalmente por el nivel de formación aplicada de la población activa. Su agrupación, en forma de empresas e instituciones eficaces y eficientes, da lugar a la creación de valor, que es con lo que la sociedad progresa. Hoy estamos ante una tendencia tecnológica de sustitución de la tarea física, y ahora la intelectual, por procesos automáticos de manejo de información y decisión en todas las áreas laborales, sociales y políticas. Requiere una importante recualificación profesional, como ya ocurrió en otras oleadas tecnológicas. Lo anunciaba Winston Churchill (1874-1965) ya hace muchos años: “Los imperios del futuro serán los imperios de la mente”. 

Cuando el desarrollo se articula alrededor de los siete activos sociales citados, afectando a la gran mayoría de las personas durante un largo espacio de tiempo, estamos hablando de una época de prosperidad personal y colectiva. La sensación percibida ante su ausencia es la añoranza de otros tiempos, que aún siendo de mayor pobreza económica, se percibían de una mayor prosperidad. Cuanto más próspero es un país, más difícil es mantener esa continuidad, si no aborda cambios importantes en los modos de entender y construir las nuevas relaciones tecnológicas, sociales y con el entorno natural, es decir, si no aplica una innovación social sostenida sobre nuevos o viejos conceptos.

Mientras Europa no recupere su esencia y entienda que la Ilustración (“Sapere aude”-“Atrévete a saber”) fue el manantial ideológico de su prosperidad social a través de la razón, el conocimiento científico, la reforma religiosa y el cuestionamiento de la autoridad social hacia líderes científicos, estaremos lejos de entender el significado de nuestro desarrollo y de la necesaria prosperidad perdida. Ya en el 2001 (Tratado de Lisboa) se plasmó esta vieja idea en el objetivo de hacer de Europa líder mundial en el desarrollo de conocimiento para 2020, cosa que evidentemente no ha ocurrido. 

Si no recuperamos el sentido de aquel desafío científico y tecnológico, que posteriormente posibilitó el estado del bienestar, seguiremos perdiendo posiciones en el tablero internacional de la economía social y de la prosperidad. El problema de la creciente desigualdad global, interna y externa, y las consecuencias que de ella se derivan tras el desarrollo industrial de los siglos XIX y XX, no se resolverá si no recuperamos la senda y el sentido que la Ilustración impregnó en Europa. Su pasado próspero y el consecuente estado del bienestar fueron fruto de ese cambio de rumbo hacia el conocimiento aplicado durante varios siglos, hoy más importante que nunca para Europa y los países en desarrollo.

Doctor ingeniero industrial