Me perdonará el admirado y siempre atinado Txema Montero que recupere aquí la referencia que publicó en un elocuente y a la vez divertido artículo en este mismo periódico (12-05-2023) en el que criticaba las actitudes de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Citaba entonces Montero al que definía como “notable dramaturgo, poeta, periodista, traductor y crítico literario” Cipriano de Rivas Cherif –curiosamente cuñado y consejero del presidente de la II República española Manuel Azaña–, quien aborrecía lo que llamaba el “madrileñismo de ventorro y jarana”. Parece claro que Ayuso está creando escuela. La Real Academia Española (RAE) define la palabra ventorro como “venta de hospedaje pequeña o mala”. Ignoro el tamaño y calidad que ofrece el local en el que supuestamente estuvo de larguísimo almuerzo el presidente valenciano, Carlos Mazón, durante aquellas dramáticas horas en las que una dana descargaba su furia letal y destructiva sobre su comunidad, y desconozco también el origen del nombre del restaurante. El caso es que El Ventorro ha pasado a ser una pieza clave para desentrañar la gestión de la crisis causada por la catástrofe. Dos meses después, nadie sabe en realidad dónde estuvo Mazón, con quién, haciendo qué, si estuvo en El Ventorro comiendo, “de picoteo”, bebiendo –hay quien tiene a gala no comer entre bebidas– o cocinando algo, si estuvo el Mazón president valenciano o el Mazón presidente del PP valenciano, si hubo factura, si pagó la Generalitat, el PP o uno de los dos Mazones, si se enteró de algo de lo que pasaba, cómo, porqué y durante cuánto tiempo estuvo incomunicado o fuera de cobertura, si su supuesta acompañante –una periodista a la que ¿qué Mazón? estaría proponiendo presidir la TV valenciana – tampoco se enteró de nada, si de allí se fue al Cecopi o a casa... Si no estuvo en El Ventorro sería decepcionante: en definitiva, esto tiene una “venta pequeña y mala”. Muy mala.