Nos gusta la épica siempre que dure poco, como todo lo que ocurre en la actualidad. Ahora, y sólo durante unos días, tenemos un nuevo icono feminista, como se ha rotulado a esa mujer llamada Gisèle y que ha sido noticia por negarse a ser una víctima cómplice del sistema. Decía el escritor italiano, que fue un superviviente del Holocausto, Primo Levi, que “lo diabólico era el sistema”, refiriéndose al nazismo, “porque era capaz de arrastrar a buenos y malos por el camino de la crueldad y la injusticia”. Y añadía: “Era muy difícil salir de eso. Había que ser un héroe”. Eso es lo que se ha dicho también de Gisèle Pelicot, que es una heroína.
Y no lo dudo. El problema es que somos muchas, la mayoría de las mujeres y de los hombres, quienes no alcanzamos esa altura, ese coraje, esa valentía y, quizá, la ayuda y soporte de personas que le han acompañado en todo este largo proceso de recuperación de su dignidad y autoestima personal. Yo me pregunto qué hace un hombre cuando es víctima de un delito grave que atenta a su dignidad. ¿Se le considera un héroe cuando reclama justicia? Creo que no. Simplemente se considera lo normal. Parece que la dignidad está más en un lado que en otro.
Quizá por eso sea tan extraordinario el caso de Gisèle. Es que el sistema patriarcal sigue vigoroso a pesar de las heroicidades de algunas personas. Entre otras razones, porque siempre hay algo más urgente, más importante, que impide centrarse en seguir erosionando este maldito machismo. Quizá sea hora de seguir haciendo la misma pregunta que parece no tener una clara respuesta: ¿qué mueve a muchos hombres a querer someter a las mujeres utilizando la violencia sexual? Vuelvo a leer a Pierre Bourdieu, sociólogo francés, para tomar alguna de sus reflexiones sobre lo paradójico de lo que llama “la dominación masculina”, aceptada como un principio de aplicación naturalizado y universal tanto por los dominantes como por los dominados. Como investigador del comportamiento en distintas culturas y pueblos, Bourdieu analiza la forma en que éstos organizan su sociedad según “un principio androcéntrico y lo transforman en una arqueología objetiva”. A través de su trabajo de campo puede ir observando la transformación de esa visión puramente masculina en la única y natural dentro del orden social.
Un orden que utiliza el poder de una persona sobre otra con la posibilidad de ejercerlo de forma negativa y destructiva, vulnerando la dignidad de otra persona, que es cosificada y usada como un medio para un fin ajeno a sus intereses, y no es tratada como un fin en sí mismo En la raíz de todas las formas de abuso sexual, tanto si afecta a menores de edad como a personas adultas, hay un abuso de poder. La investigación sobre abuso sexual infantil ha prestado mucha importancia a la asimetría entre abusador y abusado. La relación asimétrica, en su versión negativa, conduce a la persona más débil a una situación de vulnerabilidad que desemboca en el abuso. Algunos autores han relacionado la idea de abuso con la de violencia. Para Lévinas, quien abusa de su poder actúa con violencia hacia los demás, de un modo implícito o explícito, tratándoles como si estuvieran a su disposición. La violencia implícita es, para ese autor, aquella que impide a las personas ser ellas mismas y las obliga a representar papeles en los que no se reconocen, llevando a cabo actos impuestos que impedirán toda posibilidad de actos elegidos en el futuro. El poder es más eficaz cuando utiliza el miedo como mecanismo para imponerse y legitimarse. Las personas que se ven reducidas a nada (aniquiladas) por el abuso de poder, acaban comportándose como si no fueran nadie, se niegan a sí mismas y quedan al servicio de quien las dirige. Es necesario recordarlo de forma reiterada porque todo ello explica muy bien la manera de afrontar la violencia por parte de quienes la padecen.
Virginia Woolf, en su libro Tres guineas de 1938, advierte que la sociedad trata de forma muy diferente a hombres y mujeres, ajustando la vida de ellas a un molde que las doblega. Y cuyos efectos se dejan sentir de manera permanente entre la población femenina. Al dirigirse a los hombres, afirma: “Inevitablemente, consideramos a las sociedades, tan amables para con ustedes y tan duras para con nosotras, como una horma mal ajustada que violenta la verdad, deforma la mente, debilita la voluntad”. Gisèle despertó de una inconsciencia provocada por la persona en quien ella confiaba hasta ese momento, y lo que descubrió hizo que su ser digno y libre respondiera. Es un ejemplo a seguir por nosotras y para ello debemos contar con la ayuda y el apoyo de todas aquellas personas, hombres y mujeres, que luchen por erradicar la violencia sexual de nuestras vidas. No somos heroínas, hacemos lo que podemos.