Los fondos financieros dedicados a la I+D+i y las consecuencias que esos flujos monetarios tienen generan expectativas permanentes en todos los países, algo razonable si tenemos en cuenta la influencia positiva que ejercen sobre la productividad general.
Teniendo en cuenta el alcance que la productividad tiene para medir la solidez del sistema productivo y su evolución a lo largo del tiempo, nos interesa su tendencia a largo plazo y no tanto su valor en un momento determinado. Pero encuentro que las aproximaciones que se realizan sobre su evolución resultan parciales, siendo ello palpable en dos aspectos.
Por un lado, habitualmente se presentan cifras relativas a la productividad por persona. Es decir, se obvia la productividad total de los factores de producción. En las funciones de producción teóricas y neoclásicas se distinguen dos factores básicos: el trabajo y el capital, con el fin de facilitar, -quizá en exceso- los análisis teóricos, e incluyendo en el último de ellos, la maquinaria y la tecnología incorporada en la misma. Parece una visión bastante parcial, y, entre otras cuestiones, se echa en falta una apreciación mayor de variables como la innovación de los procesos de producción.
Por otra parte, no es habitual encontrar referencias a elementos más sociológicos, incluso culturales, que posibilitan un sistema productivo más innovador y tecnológicamente avanzado. Cabe insistir también en este contexto, que tanto o más relevante que las cifras lo son otros factores y, entre ellos, destacaría tres elementos estructurales necesarios para lograr una presencia sistémica e influyente de la innovación.
En primer lugar, considero una condición “sine qua non” contar con una Administración Pública a la que podamos denominar innovadora, transformadora y moderna, en el sentido de que fundamenta su actuación sobre la base de la evidencia objetiva, -no de opiniones, corrientes mediáticas, o exclusivamente ideológicas, y cuantitativa de los hechos. Dentro de este apartado contemplo los organismos intermedios, públicos y privados, como, por ejemplo, los centros tecnológicos, como elementos valiosos y fundamentales.
En segundo lugar, resulta básica la existencia de un sistema formativo eficiente como transmisor de la cultura de la innovación, como facilitador del conocimiento básico del comportamiento de las personas, y del saber relacionado con las nuevas tecnologías, y todo lo ligado con su comprensión y utilización. Es adecuado tener claro que todo lo relativo a la productividad y a la tecnología, y su aplicación, no depende tanto de la financiación, como de la metodología óptima de trabajo sobre ambas.
Una metodología que ha de ser clara en sus objetivos, necesariamente alineados con el futuro y sus exigencias a medio plazo y nunca a corto, y debe contar también con suficiente claridad en el conveniente proceso de trabajo destinado a la obtención de los objetivos establecidos, y con el análisis posterior imprescindible. Para todo lo cual se requiere una base de conocimiento y comportamiento suficientes.
Por último, estaría, sí, todo lo relativo a la financiación, en su vertiente inversora y en su eficiencia. Resulta pertinente destacar un aspecto peculiar y habitual, como es relacionar con el PIB la cuantía total que se invierte en I+D+i, cuando resulta estratégicamente clave analizar y mejorar, en su caso, la eficiencia en la aplicación de las cuantías invertidas, analizando convenientemente en qué, cómo y para qué se invierte.
En el gallinero en el que se está convirtiendo la Unión Europea (UE), conviene resaltar, considerando, obviamente, que todo es susceptible de mejora, sin ningún atisbo de duda, que, en la CAPV contamos con niveles aceptables y parangonables a la propia UE, en los tres elementos estructurales citados. Si a ello sumamos el hecho de que contamos en Euskadi con Tecnalia, el quinto centro tecnológico europeo, en cuanto a dimensión se refiere, con la importancia que ello tiene, podemos pensar que estamos en buena situación, cerca de la cabeza del pelotón, en esta, a veces alocada, carrera por la productividad y la competitividad.
Eso sí, siempre y cuando tengamos clara la imperiosa necesidad de perseverar en la optimización y mejora de los tres principios citados, y en la aplicación de las acciones pertinentes que, en cada momento, nos acerquen a las áreas líderes a nivel global, en materias relacionadas con la I+D+i, y la subsiguiente puesta en ese mercado global de los productos y servicios derivados de esa fortaleza innovadora, alejada, en lo razonablemente posible, de las satisfacciones mediáticas habituales en estos tiempos.