Ayer se celebró el funeral por Mario Fernández Pelaz, un hombre brillante durante toda su trayectoria vital como abogado, mercantilista, profesor, alto ejecutivo de banca, consejero y vicelehendakari del Gobierno Vasco, mucho más allá de su antológico mandoble dialéctico y de conocimiento sobre la materia de autogobierno que propinó en directo al entonces ministro Rodolfo Martín Villa en un memorable debate televisivo. Acaba de fallecer Mario Fernández pero había muerto socialmente hace ya casi diez años, cuando en enero de 2015 fue denunciado por una supuesta contratación fraudulenta como asesor externo del exdelegado del Gobierno Mikel Cabieces (PSE) en el Kutxabank que él había logrado crear mediante la tantas veces frustrada fusión de las tres cajas de la CAV que presidía. Puede parecer contradictorio, pero las condenas judiciales que sufrió por este asunto las vivió como una gran injusticia, aunque quizá no le dolieron tanto como el abandono que sintió de muchos cercanos, la traición que vio en ello y que, en definitiva, le enterraron en vida. A la pena de telediario y de portadas en los periódicos se unió la condena de la justicia y una inhabilitación definitiva. Ahí murió socialmente Mario Fernández, diez años de ausencia. Merecen la pena algunas reflexiones tras su fallecimiento. Por ejemplo, la de los hombres y mujeres de gran valía que se han comprometido a lo largo de la historia reciente con el país, incluso políticamente, hasta quemarse. O la de la sociedad en efervescencia que los reconocía y valoraba. O la de inquisidores que se apuntan a cualquier linchamiento que creen les beneficia de manera partidista. Casualmente, por las fechas en que fue condenado Mario Fernández tuvo lugar también la denuncia por las presuntas filtraciones de exámenes de la OPE de Osakidetza que la jueza ha archivado por inexistencia del fraude. Pero la pena de telediario –dimisiones incluidas– ya está ejecutada hace tiempo.