Amnistía Internacional ha sido y es mi alma mater. Conozco su solidez por dentro. La semana pasada publicó un informe estremecedor, que se basa en 212 entrevistas sobre el terreno, análisis de imágenes de satélite y de vídeo e informes contrastados de organizaciones humanitarias. Y concluye que las acciones israelíes en Gaza desde el 7 de octubre son genocidio.
La matanza de miembros de la población palestina, la lesión grave a su integridad física o mental y el sometimiento intencional de la misma a condiciones de existencia que acarrearán su destrucción física, son violaciones deliberadas de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y son, por tanto, genocidio. Todo ello agravado por la inseguridad alimentaria y el colapso de la atención médica y de la salud pública. El desplazamiento forzoso e intensivo de 1.700.000 palestinos dentro de Gaza y la obstrucción del acceso a la ayuda humanitaria han agravado aún más la situación. AI destaca también el discurso deshumanizador de 102 autoridades israelíes que incitan a cometer actos de genocidio contra la población palestina.
Israel se ha defendido y acusa a Amnistía Internacional de ser una “una deplorable y fanática organización”, lo cual es su práctica habitual pero también va a ser su problema. AI es una organización mundial que se basa en el derecho internacional, que no emite juicios políticos, y que pone en evidencia a todos los regímenes represivos, sea cual fuere su color. Todos los países sobre los que informa Amnistía intentan desacreditarla. Nada nuevo. Pero el hecho de que apenas ningún país se escape del escrutinio de la organización –y que esta no elija sus objetivos y ni los critique con criterios políticos– es algo que le ha dado una credibilidad con una solidez con la que ni Israel va a poder lidiar, ni ningún otro país ha podido dañar. Y todo ello será otro conjunto de pruebas más que va a obrar en posesión de la justicia internacional.