Hace más de dos siglos, un autómata llamado El Turco fascinaba con sus dotes para el ajedrez. Con un mecanismo que nadie era capaz de descifrar, el artefacto movía los brazos y jugaba partidas con grandes estrategias. Incluso ganó a Napoleón en 1809, lo que no sentó demasiado bien al entonces emperador francés, que tiró las piezas al suelo tras la derrota. Si bien parecía ser autónomo, una persona, un maestro de ajedrez, lo manejaba por debajo en un compartimento sin que se notara. El invento engañó durante décadas a miles de personas, gente sin formación y hasta al mismísimo emperador. Fueron algunos, como el escritor Edgar Allan Poe, los que fueron creando sus teorías para desmontar el truco. Viéndolo con perspectiva muchos pensarán que eso hoy en día no puede pasar. Que somos más listos que nuestros antepasados y que no nos creemos cualquier cosa. Aunque quizá algunas formas de mentir se han sofisticado, en el fondo, todos somos susceptibles de creer ver una realidad en algo que no es más que un autómata manejado desde dentro. Lo mejor es tener un espíritu crítico y plantearte siempre qué intereses tiene la persona que afirma algo. Porque, al final, el hombre que manejaba a El Turco cobraba, y muy bien, por engañar. Y eso, hoy en día, sigue siendo exactamente igual.