Es uno de los momentos en los que a los gobernantes les tiemblan las piernas, ya sea para guardar la imagen si tienen la mayoría asegurada, ya para sobrevivir si no la tienen. Los Presupuestos Generales, las cuentas, las recaudaciones, la distribución de los dineros públicos que les permita aplicar sus criterios ideológicos y mantenerse en el poder sin sobresaltos. Suelen resolverse al final de cada año y de su desenlace depende que coman tranquilos el turrón o salgan trasquilados hacia un nuevo curso plagado de disgustos.
Sacar adelante los presupuestos lleva aparejada una negociación entre desiguales, o contrarios, o rivales, y para ello es indispensable medir las propias fuerzas y tener claro hasta dónde puede tirarse de la cuerda sin romperla, cómo combinar la ecuanimidad con el realismo, un honrado y generoso ejercicio del bien común con el ánimo sincero de dejar pelos en la gatera.
Asomados a Euskadi, el acuerdo inicial de los dos partidos que gobiernan puede aprobar por mayoría absoluta el presupuesto, pero PNV y PSE entienden la conveniencia política y la positiva percepción pública de unas cuentas compartidas e invita a recibir aportaciones ajenas. De salida, todos los partidos de la oposición manifiestan su buena disposición, no sin antes criticar las cuentas y manifestar su desacuerdo calificándolas de continuistas defecto, según parece, intrínsecamente perverso. Muy pronto Sumar se desmarca requiriendo un “cambio de modelo” en la política del Gobierno. Nada menos. En la misma línea, el PP plantea también “un giro radical”, aunque nada y guarda la ropa manifestando su “voluntad negociadora” y adelanta que pedirá más dinero para sanidad y seguridad. EH Bildu tampoco se priva de criticar las cuentas tanto por continuistas como por sostener un modelo de gobierno con el que están radicalmente en desacuerdo. No obstante, estarían dispuestos a llegar a acuerdos si se debaten al mismo tiempo los presupuestos y la fiscalidad, detalle este último que complica aún más las cosas y sitúa al bipartito en la dificultad de carecer de mayoría absoluta en las diputaciones de Gipuzkoa y Araba. Queda, pues, abierta la negociación y asumidas las dificultades, reproches previos incluidos a EH Bildu por apoyar otros presupuestos tanto en España como en Nafarroa, sin tener en cuenta que es sólo en Euskadi donde el partido independentista disputa la hegemonía con el PNV.
Lo de España es como una jaula de grillos en la que Pedro Sánchez intenta ejercer de prestidigitador para salvar sus cuentas trastabillando en una minoría que precisa negociar a múltiples bandas. Primero Sánchez tuvo que incluir las exigencias de su socio, Sumar, para incluirlas en el proyecto de Presupuestos Generales y configurar las bases de la fiscalidad. Luego, el encaje de bolillos para negociar con PNV y Junts no en bloque, sino con sus propias especificidades. Luego, sentarse con EH Bildu, ERC y BNG. Luego, sumergirse en la sima profunda entre Podemos y su propio socio. Luego, cruzar los dedos para que el proscrito José Luis Ávalos no ejecute su venganza, un voto es un voto. Y todo ello, en medio del hostigamiento inclemente de la derecha y la ultraderecha al que se unen con entusiasmo los medios afectos y las redes sociales.
Sánchez ha logrado sacar de la chistera un acuerdo fiscal con todos sus socios y en pactos de uno por uno. De nuevo, el mago, el resistente. Cuando aún lo estaba celebrando, aparece el delincuente comisionista Víctor de Aldana y a cambio de la libertad provisional canta la gallina y apaga la euforia acusando por encima, muy por encima del tal Koldo y hasta el presidente. Una zozobra más a la ya tensionada negociación de las cuentas.