Ante el drama ocasionado por los efectos de la dana, resulta imprescindible reflexionar profundamente sobre los modelos de actuación más eficaces para proteger a la población frente a este tipo de emergencias que, según apuntan los expertos en la materia, serán cada vez más frecuentes y devastadoras. Modelos que se adapten a las nuevas circunstancias que se derivan de las implicaciones que el cambio climático está ya provocando en la gestación de estos fenómenos meteorológicos extremos.
La clave en cualquier emergencia siempre ha sido la rapidez en dar la voz de alarma. Esto es especialmente crítico en situaciones de alerta máxima, como la alerta roja. No obstante, aunque el aviso temprano es indispensable, por sí solo no es una garantía plena para obtener una respuesta adecuada de la población, si no se dan también otra serie de condiciones necesarias.
Hoy en día disponemos de tecnología y canales de aviso más sofisticados y ágiles que nunca para anticipar este tipo de fenómenos; por lo que la antelación y la alerta temprana pueden y deben estar aseguradas en gran medida.
Sin embargo, a pesar de que estemos prevenidos ante una situación de riesgo extremo, para asegurar una actuación que nos proteja de los peligros y riesgos implícitos, es vital que la ciudadanía disponga no solo del conocimiento preciso sobre el comportamiento y las medidas que se deben adoptar para salvaguardar la vida de las personas, sino también de la formación y concienciación necesarias para actuar con el grado de precaución que requiere la gravedad de la situación.
Por lo tanto, a pesar de ser indispensables, no es suficiente tener preparados y difundir con anticipación los consejos para minimizar los daños, es preciso que la población esté suficientemente familiarizada con el escenario para que actúe con rapidez y el rigor necesario en un momento en el que la tensión y el miedo puedan hacer difícil pensar con claridad.
Por una parte, hay que optimizar los mecanismos de alerta temprana tanto como la actual tecnología lo permita, que es mucho. Hoy es posible avisar a amplios sectores de la población al mismo tiempo y de forma casi instantánea. Además, las instituciones y entidades públicas que operan en las distintas facetas de la gestión de una emergencia deben coordinar eficientemente sus actuaciones para agilizar y unificar la comunicación directa a la población todo lo posible.
Uno de los desafíos más importantes de esta faceta de la gestión de emergencias es proteger a la ciudadanía de la información falsa; una práctica, desgraciadamente cada vez más frecuente, que puede entorpecer gravemente la gestión de una crisis. También en esta cuestión hay trabajo por hacer.
El otro ámbito de actuación es conseguir un grado de instrucción de la población que ofrezca suficientes garantías para afrontar con éxito los riesgos derivados de una emergencia de estas dimensiones. Es necesario instaurar una cultura de autoprotección. Para ello es necesario trabajar la faceta de formación, educación y concienciación de forma constante y regular, mediante una comunicación planificada, programada y sostenida en el tiempo, orientada adecuadamente que sea capaz de inculcar hábitos y respuestas automáticas ante emergencias.
Es en este punto donde las instituciones, además de trabajar con un enfoque preventivo en la faceta de adecuación del territorio para hacer frente a las consecuencias de episodios extremos, deben redoblar los esfuerzos impulsando programas de carácter social y participación activa de la ciudadanía. Actuaciones que persigan la creación de movimientos comunitarios que promuevan una concienciación colectiva para interiorizar en la población automatismos a la hora de actuar eficazmente ante este tipo de situaciones y de esa manera se conviertan en una herramienta poderosa y eficaz de autoprotección.
Los simulacros de emergencia y las campañas de información ciudadana sobre estos temas llevan tiempo desarrollándose en distintos ámbitos de actividad que conllevan riesgos para la seguridad de la población. Sin embargo, las nuevas circunstancias derivadas de las exigencias y urgencias que imponen los efectos del cambio climático nos deben hacer reflexionar sobre la necesidad de dar un nuevo impulso a este tipo de prácticas con un enfoque más acorde con los nuevos escenarios de riesgo a los que nos enfrentamos. Conseguir una mayor concienciación e implicación activa de la población en su propia protección son aspectos indispensables para proteger a nuestra sociedad.
En el contexto actual, también es parte esencial de la gestión de la emergencia estar al lado de las víctimas de la dana y sus familias, así como de todas las personas que han sufrido sus devastadores efectos. Estas tragedias nos afectan como sociedad, pero también nos recuerdan lo crucial que es mantenernos unidos y apoyarnos en los momentos más difíciles. Ahora, más que nunca, debemos reforzar los lazos de solidaridad y el compromiso colectivo, no solo para superar esta adversidad, sino también para estar mejor preparados y evitar que algo similar vuelva a golpearnos con tanta dureza. A quienes han perdido tanto, que sepan que no están solos, estamos con ellos en este difícil camino.
Socio fundador de Consejeros del Norte, consultores de comunicación