Asombrados aún por las imágenes de una catástrofe sin precedentes en nuestra Península provocada por un fenómeno atmosférico, impacta ver situaciones de auténtica emergencia humanitaria tan cerca, con afecciones tan grandes y generalizadas a suministros, servicios básicos y al transporte. Vaya por delante la solidaridad máxima con todas las personas afectadas directamente.

No tenemos ni idea de qué papel real ha jugado el cambio climático en la formación y en la intensificación de esta dana, se deben realizar estudios de detección y atribución y, por la magnitud de los efectos, tardarán muy poco en ver la luz. Es una pena, por otro lado, que ese trabajo no se vaya a hacer desde un organismo autonómico o estatal, porque también, no hay que olvidarlo, la investigación y la transferencia de conocimiento están, por lo general, muy descuidadas. No obstante, mientras lees esto, el planeta sigue calentándose y el vapor de agua en el aire sigue repartiéndose cada vez peor, de manera que hay zonas con unos niveles de sed atmosférica que asustan y otros en los que precipitaciones promedio de un año caen en unas pocas horas, como hemos visto en innumerables episodios estos dos o tres últimos años. El que el planeta se caliente tres veces más en zonas boreales y árticas tiene sus consecuencias directas pero también indirectas, relacionadas con el hecho de que, en términos globales, sistemas como las danas vayan a más y puedan quedar más fácilmente encajonadas durante días y días. Ciertamente, el proceso de bloqueo atmosférico el pasado día 29 y el lento desplazamiento del centro de la dana nos sorprendió, y es una de las claves desde el punto de vista meteorológico para provocar semejantes cantidades de precipitación en tan poco tiempo. Otra consecuencia observable de lo que ocurre en la atmósfera es cómo van recargándose sistemas de bajas presiones con ese combustible extra que aporta la evaporación desde unos mares con superficies mucho más calientes y el transporte de los chorros de humedad tropical, forzados por la posición de anticiclones y borrascas en nuestras latitudes. El proceso en sí no es nuevo, otras veces se han dado situaciones y cantidades de lluvia equivalentes a las que hemos visto estos días, como en episodios de los años 80. Pero los ingredientes que tienen que coincidir están demasiado favorecidos por una atmósfera y mares dopados de energía y humedad.

También, a día de hoy, ya podemos adelantar que este episodio de precipitación se va a colar con seguridad entre los de mayor acumulación en uno y en varios días en el conjunto del litoral mediterráneo, atendiendo a las cantidades y a la extensión espacial afectada. De acuerdo a estudios realizados, los cambios en la última década en cuanto a intensificación y frecuencia de estas acumulaciones en el Mediterráneo occidental son acentuados. Y sí, Navarra tiene también un régimen de precipitaciones que también se está alterando. Hemos detectado características tropicales en algunos sistemas de lluvia que nos afectan, tendencias al alza en la lluvia diaria más extrema en norte y sur de Navarra, y aumentos muy llamativos en escalas subhorarias, además de una disminución en la lluvia invernal y un incremento muy marcado en la otoñal. Conviene recordar que situaciones meteorológicas como las que hemos visto son perfectamente posibles en el marco actual de calentamiento y humidificación atmosféricas, también en nuestra comunidad, a lo que hay que sumar el hecho que en Navarra hay mucha superficie poblada y construida en zona inundable. No conviene tampoco perder de vista que en el trayecto de calentamiento del planeta al intervalo entre 1.5 y 2 grados, en el que prácticamente estamos ya inmersos, las inundaciones de un futuro serán aún mucho peores que esta y también lo serán otros fenómenos extremos. La ciencia ya lo ha demostrado con cada estudio e investigación que se publica, y que ahonda tanto en el comportamiento del pasado lejano, lo que se conoce como registro paleoclimático, como al mismo tiempo en afinar las proyecciones a futuro, acotando la incertidumbre en escalas cada vez más pequeñas.

Necesitamos más que nunca que en los procesos de toma de decisiones, en la organización social y en las estrategias de protección y adaptación se tengan en cuenta manifestaciones de la atmósfera como las que acabamos de presenciar. Las políticas climáticas siguen totalmente cegadas con un modelo de transición verde y energética cuando, de acuerdo a las proyecciones, lo que más se necesita son sistemas de alerta temprana efectivos y avisos orientados a una cadena de impacto sobre población y bienes, donde la coordinación entre decenas de actores a todos los niveles y la concienciación de la ciudadanía vayan por delante. Se deberían sentar prioridades muy bien reflexionadas, incluido el retirarse estratégicamente de determinados puntos, dar cobijo a migrantes climáticos o una transformación total de nuestros modelos de producción y consumo. La mitigación no va a alcanzar para revertir procesos naturales, forzados por emisiones de las últimas décadas, que ya están dando indicios de que se están poniendo en marcha. Es hora de poner por delante el trinomio prevención-protección-adaptación, trabajando toda la cadena de efectos de estos fenómenos, desde la alerta temprana hasta la organización multisectorial y, también, en los casos de emergencia donde es fácil que reine el caos, el entrenamiento de decisiones y conductas. Tecnologías como la realidad virtual o la inteligencia artificial pueden ayudar a entrenar, detectar o mejorar los avisos pero es mucho más crítica la fase relacionada con la toma de decisiones y el comportamiento de la población. Y por lo que sabemos de otras experiencias este proceso tarda muchos años y es mucho más complejo de lo que parece.

Especialista en riesgos climáticos y naturales