Desde hace más de un año estamos inmersos en la grave crisis que afecta a Oriente Medio, a raíz de los atentados del 7 de octubre de 2023 y la posterior represalia israelí con la campaña de Gaza, ahora extendida a Líbano y Siria, con la intención israelí de redibujar un nuevo mapa en la zona. También desde hace tiempo oímos las interpelaciones de Josep Borrell, vicepresidente de la Unión Europea al Gabinete de Netanyahu, pidiendo un alto el fuego o una tregua que permita detener la sangría de civiles y liberar a los rehenes israelíes, sin ningún tipo de resultado. Es evidente la irrelevancia política actual de la Unión Europea, consecuencia sin duda de su decadencia económica y de su pérdida de peso específico en el mundo.
La Unión Europea es incapaz de parar una guerra en su propio continente, originada por la invasión de Ucrania por Rusia, que dura ya más de 900 días; parece que la Comunidad Europea ya ha dejado de ser un modelo en la resolución de los problemas para el resto del mundo. Y fueron muchos los países del Sur Global que no entendían que en la civilizada Europa hubiese un conflicto bélico entre dos países con más semejanzas que diferencias que habían tenido un pasado en común. Conflicto que ha tenido consecuencias graves para estos países, hispanoamericanos y africanos, dependientes de los cereales y otros insumos, sobre todo ucranianos, para la alimentación de sus habitantes. Credibilidad y reputación europea que se ha visto seriamente dañada por su apoyo incondicional a Ucrania, apoyo militar y económico, en contraposición a su posición menos marcada y más contemporizadora frente a la actual política militar de agresión del Gobierno de Netanyahu.
Lejos quedan aquellos años de bonanza de la época de Helmut Kohl, y sobre todo Ángela Merkel, la líder europea y alemana que personificaba como nadie a esa Europa en alza, que parecía no tener techo en su progreso económico y en su aspiración política global. Fruto de aquello tuvo lugar la Cumbre de Madrid de 1991, patrocinada por Estados Unidos y la URSS, para intentar construir un marco de paz para la región, principalmente buscando un acuerdo marco entre israelíes y árabes en el cual encontrar una solución al problema palestino. En esa cumbre participaron delegaciones de Israel, Líbano, Siria, Egipto y Jordania-Palestina bajo el auspicio del Gobierno español. Aunque no se concluyó con una resolución de paz firmada por las partes, fue la antesala de los Acuerdos de Oslo, del año 1995, reflejo de la pujanza de la Unión Europea como actor internacional al que España se había incorporado recientemente, en el año 1985, con el Tratado de Adhesión.
Esta decadencia no es de hoy, posiblemente ha devenido progresivamente desde hace unos cuantos años, por ejemplo la crisis demográfica suplida en parte por la inmigración, recesión económica que se acelera con la crisis financiera de 2008 y la posterior de la deuda, amén del Brexit, la salida de una potencia económica y nuclear –Gran Bretaña– de la Unión Europea. Más recientemente la pandemia puso de relieve la debilidad de la industria europea, y por último no podemos olvidar las consecuencias del largo conflicto ucraniano, encareciendo los costes de la energía y con la aparición en el ámbito de la Unión de un episodio de hiperinflación nunca visto, de hasta dos dígitos, frenando en seco el crecimiento económico. El Viejo Continente aún no se ha recuperado y países de Asia como India y Vietnam han irrumpido con fuerza en la cadena global de suministros en esta época de pos-pandemia. También el país que en otro tiempo se le llamó la locomotora europea, Alemania, sufre un grave parón económico, con una caída del 0,23 % del PIB en el 2023 y en este segundo trimestre del año 2024 ha vuelto a contraerse un 0,1%, con una fuerte contracción en la industria del automóvil, por ejemplo.
La sostenibilidad del modelo económico europeo depende de su capacidad para adaptarse a la digitalización y la transición energética, dos áreas donde aún enfrenta importantes retrasos. En un mundo donde la competencia tecnológica entre EEUU y China es cada vez más feroz, basta recordar los gigantes como Amazon, Apple, Facebook, Microsoft o las chinas Lenovo, Ali Baba, Xiaoming, Momo, entre otras, Europa tiene que buscar su propio camino.
El informe de septiembre de este año, 2024, de Mario Draghi, titulado El futuro de la competitividad europea, subraya la pérdida de relevancia de Europa en el contexto global, al incrementarse la distancia con EEUU en términos de PIB e igualarse con China el 17%, según los datos que nos suministra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y propone también el camino a seguir para recuperar el terreno perdido. Así plantea tres áreas de actuación prioritarias, la reducción de la brecha tecnológica e innovación con China y USA, un plan conjunto de descarbonización y competitividad, y por último el fortalecimiento de la seguridad europea sin depender de terceros, como ocurre ahora respecto a Estados Unidos. Si no actuamos ya, acabaremos siendo una colonia china o americana, como afirma el exprimer ministro italiano Enrico Letta.
En el terreno político la Unión Europea tiene que dejar de hacer una política seguidista de Estados Unidos, siguiendo sus propias directrices y buscando su lugar en el nuevo orden mundial, en el cual China juega un papel estelar. Recordar, el líder chino Xi Jinping ya trabaja para que su país en el año 2049, centenario de la revolución maoísta, alcance la hegemonía mundial.
Hay que fomentar la cohesión política interna y vencer a la polarización, un sesgo que ha traído el auge del voto de extrema derecha, polarización impulsada también por Rusia, para desestabilizar a la Unión.
Analista