Llevamos varios años anticipando los impactos que la introducción masiva de la IA puede tener en el empleo y en la evolución de los servicios públicos y privados a través de las redes. Las aspiraciones tecnológicas de la capacidad de los algoritmos vienen de muy lejos –los años 60 y los sistemas expertos–, y han sido las capacidades de proceso de las grandes computadoras las que han ido dando paso al uso de algoritmos cada vez más complejos sobre ingentes cantidades de información. La modesta informática de los 60 ha dado pasos de gigante actuando en primer lugar sobre el soporte electrónico de los datos en forma digital, para después procesarlos en busca de información más rápida y elaborada. Continuó con la robótica, la automatización remota de los procesos y la búsqueda global de información con Internet, y ahora avanza con el uso de los algoritmos de la IA para ofrecer conocimiento, como síntesis elaborada de respuestas a preguntas de cierta complejidad. Este recorrido cubierto en menos de 70 años es causa de asombro y puede que sea el mayor desarrollo de las capacidades humanas a través de la tecnología de la información en la historia no tan larga de su evolución. Un veloz recorrido tecnológico del dominio de los datos, la información y el conocimiento, y sus relaciones automatizadas entre estos, los humanos y las máquinas. Algunos cuestionan con razón que no se trata de inteligencia, pues ésta es la capacidad de resolver problemas ante una situación no conocida, lo no hace la computadora.

Las máquinas no piensan como los humanos, cosa que seguramente es muy cierta; no obstante abordan en forma de preguntas e indicaciones precisas respuestas comparables o superiores a las de los humanos. Lo cuantitativo se hace casi cualitativo –este es un caso– cuando superamos unas cotas de crecimiento en capacidad que rebasan lo esperable en la evolución de una tecnología. En este caso y en relación con el manejo computacional de los algoritmos –operaciones lógicas combinadas–, los ordenadores cuánticos –que sucederán a los digitales– desarrollan 200.000 billones de operaciones por segundo, y siguen creciendo duplicando capacidades. La IA existe porque existen estas máquinas y muchos datos digitales a su disposición que son el nuevo “oro binario”. Quienes los poseen no son los estados ni las instituciones sociales, sino las grandes empresas tecnológicas en esas llamadas granjas de ordenadores. Empresas encargadas de entrenar a sus algoritmos –futuros productos digitales– con los datos que obtienen de las páginas de Internet y de los que les suministramos diariamente desde los más de 7.700 millones de móviles que están operativos día a día –las 24 horas– en nuestros bolsillos, domicilios y mesas de trabajo.

Como toda tecnología, la IA no contiene en sí misma las consecuencias de su uso, y todo depende del objetivo que se quiera lograr con sus múltiples, posibles y poderosas funciones. Las aplicaciones disponibles dependen de los intereses de quienes poseen estas tecnologías y tienen la capacidad de su desarrollo y aplicación a la realidad económica, empresarial, educativa, laboral, bélica y social. Podemos advertir que esta tecnología de integración de datos, información, conocimiento y movimiento (robótica), con las tecnologías de la nanoelectrónica y biomecánica entre otras, está ya en la carrera de la confrontación de los bloques geopolíticos y por ello al servicio de los intereses de la gobernanza mundial. Algunos comparan la Inteligencia Artificial con la bomba atómica en relación con los daños potenciales del mal uso de ambas tecnologías. Sin duda, los de una y otra son muy distintos, pero ambos enormes. La primera en la destrucción física de las vidas y medios de vida a través de conflictos bélicos. La segunda en relación con las capacidades de la población en aspectos competitivos, educativos, éticos, laborales, delictivos, tecnológicos, políticos, sociales y de convivencia. Tengamos además en cuenta que la IA está, en su desarrollo comparativo, en la etapa infantil, a la que seguirán una adolescencia y una madurez en su repertorio de capacidades en las próximas décadas. Seguramente –en esa evolución– cada persona que use la IA lo hará sobre un algoritmo personalizado que se acoplará a sus intereses y que acumulando toda la información personal y temática compartida con el algoritmo, se convierta en un colega asesor digital. Por ello, el calificativo de “ayudante lógico muy informado” (ALMI) vendría bien, en lugar de IA. En resumen, podemos esperar una transformación profunda sobre la dispersa, convulsa e incierta evolución laboral y cultural de la humanidad, con un nuevo instrumento potencial que fomente el individualismo de la persona, vinculando su conocimiento como humano al de su potente e imprescindible asistente personal. Para ello la IA se anexará progresivamente a las APPs habituales –ya lo hace– dotándolas de una personalización significativa y propositiva en su uso y opciones.

El poder de la IA es inmenso, por eso su finalidad es determinante de sus efectos, buenos, neutros o malos, pero siempre enormes. La inteligencia artificial (ALMI) superará fácilmente a la inteligencia humana, sobre todo si educamos en un pensamiento simple o binario –bueno o malo–, a favor o en contra que es el que domina en la lógica de los razonamientos privados y públicos más habituales. Educar en el pensamiento complejo, en la interoperatividad de disciplinas, en el aprendizaje cotidiano, y en la multicausalidad de los acontecimientos permitiría conducir al ALMI hacia un mejor análisis –preguntas más inteligentes– y por ello a unas decisiones humanas más valiosas. Superará al humano cuando la elaboración rutinaria de un resultado requiera el rastreo y la manipulación de miles de documentos o muchos datos de difícil correlación. Arrasará en todos aquellos oficios catalogables como “cerebros de alquiler”, esos que emplean un saber explícito o protocolario y herramientas básicas digitales para crear información o síntesis de la misma, a cambio de una remuneración económica. La IA será –en muchos campos profesionales– siempre más económica y eficaz que un humano no muy experto, y ocurrirá por ello la sustitución de mucho del trabajo actual, como pasó con los telares mecánicos en el siglo XIX, por aquellas máquinas que iniciaron la primera la revolución industrial. Sin embargo los expertos que la usen lo serán más, por su capacidad de explorar nuevos ámbitos de aplicación de su saber a través de un análisis mucho más complejo de los datos (oro binario) y de las diferentes opciones (interdisciplinaridad) enriqueciendo el campo de sus visiones, propuestas y decisiones.

La digitalización de los diferentes servicios públicos y privados, y el aprendizaje desde textos, vídeos, imágenes y sonido de estas máquinas abre la puerta a la aplicación de la IA con nuevos resultados inalcanzables por la mente humana individual. Aquí reside el riesgo de atraso endémico de ciertos oficios por la digitalización no integrada en los servicios públicos y privados, por el manejo burocrático de procedimientos manuales o escritos en muchos de ellos. Sin este paso previo, nos encontramos con la dificultad de aprovechar las futuras ventajas de la IA para los ciudadanos. La IA será seguramente un nuevo elemento de generación de desigualdades en productividad y eficacia de distintos colectivos públicos y privados, en función de su adopción, accesibilidad y uso. Sin digitalización avanzada y sin recualificación profesional intensa no hay IA, y las diferencias de eficiencia y eficacia entre quienes la empleen o no, personas y entidades públicas o privadas, serán enormes.

Ingeniero industrial. Doctor en Organización