Soy consciente de que mentarlo ya produce urticaria en muchas personas que entienden la democracia como un ejercicio de libertad. Yo también entiendo la democracia en libertad, pero no me olvido de las mil y una obligaciones (imposiciones y prohibiciones) que la convivencia exige, y no por ello la democracia es menor; al contrario, creo los derechos exigen responsabilidades, así como la ética requiere límites.

El voto obligatorio está implantado en algunos países (Bélgica, Grecia, Australia…). La razón fundamental de su implantación, al menos para mí, es que garantiza la igualdad de representación y promueve la responsabilidad política. Por otra parte, no sé bien la legitimidad que tiene la elección de los gobernantes con el voto de la mitad de la población; o con el 60% del voto emitido. Es que ni siquiera existe un tope mínimo de votos necesarios para considerarlo suficientemente representativo en un proceso electoral, cualquiera que este sea: elecciones municipales, europeas, etc., lo que cambia es solo la intensidad del problema.

Votar en nuestro marco político legal es un derecho, no una obligación, da igual que dicha libertad de votar implique una elección poco igualitaria. La abstención afecta al resultado de las elecciones en cuestión, como debiera afectar la incidencia del voto en blanco. Pero aquí ocurre otra anomalía, a saber: no se tienen en cuenta dichos votos en blanco a la hora de configurar el parlamento objeto de elección. Lo coherente sería un determinado número de escaños sin ocupar, proporcionales al número de votos en blanco, como una opción política más que se presenta; para que dichos votos sirvan de algo… Sin embargo, los defensores de la libertad de votar no se quejan de esta anomalía que me parece bastante menos democrática.

En última instancia, los niveles altos de participación se traducen en una mayor legitimidad de los representantes electos. Y quizá disminuiría el desencanto con la política. Los opositores a la obligatoriedad argumentan que nadie puede ser obligado a mostrar interés político. No se trata del interés personal, sino de la responsabilidad de lo que se llama “la fiesta de la democracia”. No es lo mismo la obligación de votar en libertad democrática, que hacerlo en los países con dictaduras u otras formas autoritarias de gobierno, en los que dicha obligatoriedad de votar sirve para maquillar y perpetuar a dictadores en el poder.

El voto obligatorio afecta la libertad de los individuos, tal lo hace el pago de impuestos, las normas de circulación o de restricciones de aparcamiento (paradas de bus, etc.), o la higiene sanitaria obligatoria en la hostelería. Y duele, sobre todo si lo dicen los que entienden casi todas las normas restrictivas de gobierno como recortadoras de la libertad de los individuos. En este sentido, se argumenta que al obligar a los ciudadanos a votar se les priva de la opción de expresar su rechazo al sistema político vigente como una forma legítima de toma de decisiones. Es curioso que estos argumentos vengan mayoritariamente de los defensores del orden establecido, esto es por definición, la derecha. Señoras y señores, ir a la playa en lugar de elegir a los representantes políticos no puede considerarse una invasión a las “libertades políticas fundamentales”. El voto voluntario tampoco permite diferenciar quiénes rechazan el sistema de quiénes no concurren a votar por razones egoístas. Pero también porque existen otros mecanismos institucionales para quienes rechacen la obligación de pasar por las urnas, que les deberían decantarse partidarios del voto obligatorio, ya que es el modelo que les permite expresar este desacuerdo ¡en las urnas! como una forma de desobediencia civil. O cualquier otro desacuerdo. Al fin y al cabo, cada votación es un plebiscito.

A estas alturas de la reflexión, yo haría una recomendación intermedia: la posibilidad de voto telemático mejoraría el acceso a las urnas al desaparecer algunas razones puntuales que nos impiden votar (viajes, discapacidades, etc.). En Portugal ya se puede votar on line en cualquier lugar del país, incluso fuera de tu circunscripción electoral. Todo es bueno con tal de paliar la desilusión y el rechazo que producen las conductas de algunos políticos y decisiones políticas y judiciales que, ahora sí, tambalean los cimientos de la democracia. Por ejemplo, los cinco años sin renovar el CGPJ por causa del PP mientras sus dirigentes lo utilizan contra el Gobierno de manera obscena, sin coste alguno. Porque a lo judicial también le atañe, y de qué manera, la manera de votar en términos de regeneración democrática de la vida pública. La credibilidad sería la otra pata del sistema electoral, si queremos conseguir de verdad una mayor y mejor involucración en el proceso político democrático, a todos los niveles. Nos estamos jugando mucho. Analista