Era 20 de abril de 2011. La batalla entre el Barça de Guardiola y el Madrid de Mourinho atravesaba su momento álgido con cuatro clásicos en pocos días. Entre un intranscendente partido de liga y las semifinales de Champions, disputaron la final de Copa del Rey. En casa, por supuesto, íbamos con Guardiola y no solo por el rechazo que generaba al carácter provocador del portugués. El Madrid ganó aquella final. Fue esa vez en la que los blancos celebraron por todo lo alto la consecución de una Copa del Rey que, hasta aquel momento, habían considerado menor. Aquella sobreactuación encajaba perfectamente con el ambiente de alta tensión vivido durante aquellas semanas. Y es que el duelo hacía tiempo que había dejado atrás lo deportivo y se movía ya en el terreno de lo político, lo patriótico e, incluso, lo vital. Así que pasearon el trofeo por las calles abarrotadas de Madrid hasta que a Sergio Ramos se le resbaló entre las manos y acabó convertido en chatarra junto a la rueda del autobús descapotable. Ni siquiera aquel acto de justicia poética logró endulzar el encuentro familiar que tuvimos al día siguiente, 21 de abril, y en el que todos lucimos nuestras caras más largas. Fue entonces, al escuchar nuestros lamentos, cuando mi padre dijo: “Valorad lo que estáis viviendo, un día lo vais a echar de menos”. ¡Y qué razón tenía! El Barça de Guardiola iba a ganar su tercera Liga consecutiva, se encontraba a punto de disputar (y superar) unas nuevas semifinales de Champions y, sobre todo, estaba haciendo el mejor fútbol de la historia. Y, como bien dijo mi padre, todo aquello pasó, aunque tal vez demasiado rápido. Lo que quedó, más allá del legado de Pep, fue la frase de mi padre. Hoy soy consciente de que debemos valorar lo que tenemos. Porque algún día dejaremos de tenerlo y nos lamentaremos de no haberlo disfrutado lo suficiente. Espero que tanta autoexigencia no haga que, dentro de un tiempo, quizá no demasiado, miremos con nostalgia a otro 21 de abril, esta vez el de 2024.