Estamos asistiendo al crecimiento generalizado de un fascismo con nueva envoltura, en el Estado español, representado por Vox, que está trasformando a organizaciones como Falange Auténtica, Fuerza Nueva, Bastión Ultra, Europa 2000, Nuevos Tercios de Flandes, etc. en organizaciones nostálgicas y residuales.

El nuevo neofascismo y sus líderes –Meloni, Orbán, Le Pen, Milei, Bolsonaro, Abascal–, todos ellos bajo la égida de Donald Trump- actúan en un régimen de identidad de pensamiento y coordinación.

El tronco argumental de estas organizaciones consiste en reducir al estado a la garantía del orden público prescindiendo de cualquier actuación en el ámbito de la justicia social (así lo ha reconocido Milei, uno de los más lenguaraces) que, junto con el fomento de la actividad económica, en un estado democrático, legitima la propia existencia del estado. Estas organizaciones encubren su objetivo troncal con expresiones más sofisticadas como la lucha contra la globalización, pero contra lo que luchan es contra la solidaridad, tanto interna como externa.

La renuncia a la solidaridad es una tesis antigua basada en presupuestos crueles como que los pobres lo son por falta de esfuerzo suficiente; los enfermos y discapacitados lo son por genes extraños, hijos del pecado, como afirman algunas iglesias evangélicas; los extranjeros son delincuentes potenciales; los que poseen determinadas orientaciones sexuales son enfermos y en definitiva, las democracias que intentan proveer al bienestar de los ciudadanos son débiles y deben sustituirse por la lealtad a los liderazgos naturales.

Nada de esto es filosóficamente nuevo. Ya Nietzsche, esbozando la teoría del superhombre, afirmaba que la fuerza natural y el motor principal del hombre es la ambición de conseguir sus deseos y la demostración de fuerza que ello supone, considerando caducas las teorías proteccionistas de las democracias liberales. Carl Schitt, conocido jurista alemán, afirmaba que al adversario político se le debe aniquilar, en un sentido no demasiado metafórico. La tesis consiste en que cada persona, empoderándose en sí misma y recurriendo a sus facultades, debe resolver sus problemas, sean cuales sean las circunstancias. Se practica un uniformismo cruel en un mundo manifiestamente desigual en donde el 10% de las personas acumulan la mitad de su riqueza.

El problema surge cuando desde estas aberrantes teorías se abre el paso a la violencia física. En Alemania se empiezan a multiplicar las agresiones a políticos de izquierda y del Partido Verde. Abascal afirma que al Gobierno del Estado español hay que sacarlo a patadas. Cuando Trump pierde las elecciones, induce a algo inédito en la democracia norteamericana, la toma del Capitolio.

Existe una cierta mística que acompaña a estos movimientos ultraconservadores.

Cuando la congresista republicana Marjorie Taylor Greene afirmó que Trump se une a algunas de las personas más increíbles de la historia que han sido arrestadas, realizó una comparación curiosa uniendo el procesamiento de Trump al que sufrieron Nelson Mandela o Jesucristo. Afirmó: “Nelson Mandela fue arrestado, cumplió condena en prisión. ¡Jesús! Jesús fue arrestado y asesinado”.

Contrasta la opinión de esta congresista con la de los politólogos más lúcidos de USA que definen a Trump como el presidente de un club donde solo caben millonarios, presidentes de multinacionales, pastores evangelistas, la asociación del rifle y, por lo que se ve, prostitutas y actrices porno.

Entre estos politólogos cunde la idea de que la ideología de Trump es reactiva, de oposición a otros movimientos o corrientes como los inmigrantes, grupos infrarrepresentados como las mujeres, antiestablishment, acogiendo las emociones de quienes en una sociedad estadounidense cada vez menos blanca, anglosajona, protestante y masculina y atemorizada por un mayor pluralismo cultural, religioso, racial y de orientación sexual. Lo mismo se puede predicar de los movimientos neofascistas europeos.

Las declaraciones de Trump reflejan la nostalgia de las esencias de la América WASP (white, anglo-saxon, protestant) supuestamente perdida. Entre las esencias que Trump pretendía reivindicar nos encontramos con una oposición militante contra la globalización. La globalización no es un problema, es una circunstancia incrustada en la sociedad actual en la que las economías son interdependientes, las distancias físicas no existen y la red mantiene la comunicación entre los ciudadanos de forma permanente. La misma preocupación del nuevo neofascismo.

El neofascismo es también defensor de los conspiracioncitas que desconfían del deep state, de lo que denominan poderes dominantes visibles e invisibles, como si él mismo no fuera hijo de estos poderes. Estas teorías se explican adecuadamente usando la psiquiatría y a expertos como Jack Saul en salud mental y traumas colectivos. Estas teorías eliminan la incertidumbre que no pueden tolerar. La gente busca esa clase de coherencia para dar sentido a una realidad confusa, por disparatadas que sean las premisas y peligrosas las simplificaciones de realidades complejas.

Es difícil no pensar que estos movimientos no consideren el proteccionismo económico y el aislacionismo, aproximando la economía de sus países a la autarquía, mala compañía para las empresas y sus trabajadores. Donald Trump se dio cuenta tarde de esta circunstancia, dado su apego a las teorías de Steve Bannon, el estratega de cabecera no solo de Trump sino de todo neofascismo que está surgiendo en Europa y otros países. En la campaña electoral de 2016 Trump anunciaba: “Voy a decirles a nuestros socios del Nafta (Canadá y México) que pretendo renegociar inmediatamente los términos de ese acuerdo para conseguir un mejor trato para nuestros trabajadores. Y no quiero decir solo un poco mejor, quiero decir mucho mejor”. Otra de las bravatas de la campaña electoral que al final se quedó en nada.

Parece que las expectativas electorales de la ultraderecha en las próximas elecciones europeas son relevantes, si esto es así, los partidos democráticos que concurran a estas elecciones deben esforzarse en explicar, con suficiente claridad, con qué enemigo nos estamos confrontando y si no lo hacen y no se reactivan, basta echar una mirada a la historia para observar qué puede ocurrir si el neofascismo sigue creciendo. Las lamentaciones póstumas son siempre inútiles. Jurista