Me comentaba un amigo enseñante que su alumnado adolescente estaba insoportable antes de estas vacaciones de Pascua. Ellas repentinamente enamoradizas y ellos, en general, sin desasnar como corresponde a ciertas edades. Ya se sabe: la primavera la sangre altera. En la política la sangre se ha emponzoñado aún más después de las elecciones. El calentón va camino de ser duradero y el fango encharca el paisaje y al paisanaje.

Fue un militar prusiano, Carl von Clausewitz, quien señaló aquello de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Me imagino que el pensamiento de este conocido teórico está bien fundamentado, pero de momento y en lo que concierne a la política española, yo solo veo espectáculo. Y del malo, cabría añadir.

Dos de las más altas instituciones del Estado, Congreso y Senado, llevan camino de convertirse en un circo. Bajo la variopinta carpa algunos aplauden. A mí me da un poco de pena. Han desaparecido los equilibristas y los prestidigitadores tan importantes y tan maravillosos ellos. Ahora, por la pista deambulan los elefantes. Los animales, sin nadie que los controle, se han liado a dar trompazos a troche y moche. Entre los sonoros barritos, algunos, los menos, piden un poco de calma. Los más siguen a los paquidermos al estercolero como si de un safari carnavalesco se tratase.

El mundo no está para bromas, pero algunos de nuestros políticos parecen pensar lo contrario. La creciente desigualdad social, la provisionalidad del empleo, el cambio climático, el agotamiento de algunos recursos fundamentales y la escalada armamentística están fuera de la escaleta de esta obra zafia. No son problemas serios. Que les guste la fruta o los chorizos, sí.

No sé si las formas lo son todo. Pero sí sé que son importantes. Nuestros representantes chillones y chillonas me producen perplejidad y poco entusiasmo. Si, tal y como dicen, la educación es lo que queda cuando lo aprendido ha sido olvidado, me imagino que nuestros políticos y políticas han tenido un limitado aprendizaje.

Sin la cooperación y ayuda de algunos vociferantes periodistas, el panorama no sería tan agrio y desalentador. El lodazal, el insulto, las mentira o las amenazas personales son una minucia para ellos. Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Díaz Ayuso, es un tipo con el que se podría hacer un me too del periodismo. La pasada semana acusó a dos periodistas de ElDiario.es de ir encapuchados y de intentar asaltar la casa de su jefa. Todo resultó una burda mentira, como otras tantas de este sujeto. Que el PP con su presidente a la cabeza no reaccione ante la canallada deja bien a las claras el talante de Núñez Feijóo y el enconamiento político.

¿Y quién le compra toda esta mercancía averiada al Sr. Rodríguez? Pues los medios menos profesionales y más “trumpistas” del Estado. Entre otros, Federico Jiménez Losantos, un hombre de físico menudito cuya retórica es la del insulto y la de dar mamporros. Me recuerda a Pedrín, el compañero de tebeo de Roberto Alcázar en su virulento patriotismo. Losantos rezuma bilis y la exporta a granel a quien quiera oírle.

De la presidenta de la Comunidad de Madrid, poco les puedo decir que no conozcan ya. Le gusta la fruta. Sabe llorar como una Madalena en los funerales por los miles de ancianos muertos cruelmente en las residencias madrileñas durante la pasada pandemia, y ama tanto la libertad que nadie le va a dar a ella lecciones sobre la libertad de prensa. Ni siquiera su jefe de gabinete. Antes nombró a Toni Cantó para una rumbosa Oficina del Español y ahora acaba de nombrar a Joaquín Leguina como consejero de la Cámara de Cuentas de Madrid. Leguina, 83 años, cobrará un poco más de 100.000 euros anuales. Que no digan que no es espléndida con el dinero ajeno, aunque mienta un poco sobre su tramposo y defraudador novio. Díaz Ayuso no es una política, es el personaje que le ha creado su jefe de gabinete. ¿Dónde queda su gestión en esta amalgama de tejemanejes?

Muchos ciudadanos miramos atónitos a una gran charca donde chapotean personajes pendencieros, decisiones incomprensibles de tribunales, mentiras interesadas, declaraciones vergonzantes y un grupo de políticos irresponsables –no todos– que nos quieren meter en el lodazal. No es sorprendente que luego lleguen los magos del populismo con sus varitas mágicas o sus motosierras eléctricas. Y lo peor es que les votan.

Periodista