El kintsugi es una técnica centenaria japonesa que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas con polvo de oro, en lugar de disimular las “cicatrices” se crea algo único, con un nuevo valor. Este fue el simbolismo que utilizamos el pasado 24 de febrero para la realización de un acto de reparación simbólica a mujeres sobrevivientes de diferentes violencias machistas.

Algunas de nuestras experiencias vitales nos dejan cicatrices, visibles en la piel o invisibles. Hay quien hace todo lo posible por esconderlas y seguir viviendo. Hay quien decide que forman parte de su memoria, de su historia y emprende un proceso de sanación. Un proceso de reparación donde reconocer nuestra fragilidad, afrontarla, dejar de ocultarla con las máscaras que por tanto tiempo nos hemos colocado para poder sobrevivir.

Este camino, no puede ser individual, necesita ser acuerpado por otras mujeres, hombres, por toda la sociedad, las instituciones... Con ese objetivo Mugarik Gabe junto con otras organizaciones pusimos en marcha un proceso de documentación con 15 mujeres que habían sobrevivido a diferentes violencias machistas. Mujeres obligadas a dejar atrás su lugar de origen por la violencia vivida enfrentándose a muchas otras violencias hasta encontrar un lugar que las acoja. Mujeres a quienes se les niega su identidad, y se les pone trabas para vivir como desean. Mujeres que dejan sus lugares y se ven abocadas a trabajos que las esclavizan, sin derechos y quedan sumergidas en una realidad sobre la que no se incide. Mujeres que salen de sus procesos de violencia y encuentran instituciones que agravan esta situación y las revictimizan.

Nos juntamos para preguntarles ¿qué necesitas para reparar esa herida? ¿para sanar y seguir adelante? Porque la pregunta y la escucha es un elemento esencial en ese proceso de reparación. Escuchar sin prejuicios, con empatía y apertura. Y sobre todo escuchar con la responsabilidad que tenemos como sociedad, porque el derecho a la reparación es un paso hacia la transformación social, soñando una vida sin violencias machistas.

Esta escucha y credibilidad sería una primera medida de reparación porque sentirían que estamos con ellas, con las víctimas, y que son ellas quienes forman parte de esta sociedad y no los agresores.

Una de las cuestiones que más se repiten y más llaman la atención es el ejemplo de solidaridad para con todas las mujeres. Movilizarse, implicarse en acciones, en procesos con organizaciones por el deseo de que lo que ellas han vivido y están viviendo no le pase a ninguna otra, y para eso necesitan contar, y que esos relatos formen parte de nuestra memoria colectiva.

También ponen el foco en las instituciones para que repiensen sus protocolos y hagan seguimiento de sus acciones, la violencia institucional existe, sería reparador que reconocieran errores, malas prácticas y definieran compromisos concretos necesarios para que cambiaran tantas cosas, por ellas y por las que vendrán.

El listado de exigencias de reparación que compartieron fue largo. Estos procesos tienen un componente individual, lo que cada una necesita para sanar y volver a ser las protagonistas de sus vidas, pero también colectivo.

No se pueden diseñar estos procesos desde despachos, como una herramienta que poner en marcha ante cada una de las mujeres que vive violencias y no sólo se deben dar desde la institución también desde los entornos próximos y la sociedad en general. Estos procesos plantean muchos desafíos y también una transformación necesaria. Hay que pararse ante cada una, y preguntar y sobre todo escuchar, y de ahí, definir ese proceso reparador que sí favorezca que las mujeres sobrevivientes de violencias machistas se apropien de su vida y pueden volver a disfrutarla dejando atrás la violencia vivida, sin ocultar sus cicatrices que cuentan una historia de dolor, y también de superación hacia vidas libres de violencias machistas.

Mugarik Gabe