En la sala Okendo de Donostia, cerca de donde rompen las olas con fuerza y con bravía, expone su última producción pictórica el pintor, grabador y arquitecto José Manuel Ábalos (Donostia, 1947) con el tema de Las olas. “Los donostiarras pasamos la vida entre olas –comenta el pintor–. Intentando pintar el mar llevo toda la vida. Mis dos pasiones son el mar y la vida. Para vivir”. Tras sus estudios de arquitectura, en el año 1981 comenzó a dedicarse por entero a la pintura, además de emplearse con el dibujo y el grabado en el taller Hatz. Fino dibujante, estudió con los pintores José Camps, Sánchez Guardamino, Ascensio Martiarena y Jesús Gallego, además de estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Un fino poso de todos ellos se advierte en su pintura, que se mueve entre el realismo mágico, con toques de colores fauves, y unos repertorios arquitectónicos en toda su obra, herencia también del cubismo analítico.

Ganador del Certamen de Artistas Noveles de Gipuzkoa (1981), el autor ha sido fiel durante años a su cita con la ciudad, como lo hace ahora en el Centro Cultural Okendo de Donostia. Sus repertorios iconográficos han plasmado muchas veces la imagen de La Concha y la ciudad, contemplada desde dentro-fuera de interiores arquitectónicos, superpuestos y entreverados a manera de puzle y de intersección de planos, lo que confiere a su pintura elementos mágicos y oníricos.

Colores fuertes y brillantes dotan a su pintura de gamas fauves, dándole a su obra un carácter un tanto romántico y atemporal, como fuera de la realidad y del tiempo. Su juego con el dentro-fuera de sus planos arquitectónicos le emparenta también con Matisse y los fauvistas: Canción del pirata (2022). Dentro del realismo mágico y con gamas de colores más suaves y opalinos obtiene también notables registros: El descanso de la luz verde (1990) o Le gustan las orillas (1989).

No sucede lo mismo con sus maduros bodegones de frutos y vegetales, de carácter más realista, y cercanos a repertorios de Paul Cézanne y Antonio López (1989 y 90). Como tampoco sucede en sus delicados y suaves dibujos a lápiz, rezumando un cierto lirismo, como Fernando Higueras (1989). El mar, las olas, cargadas de espumas y furias, como símbolo de otras tormentas interiores y humanas, han aparecido y cuajado en sus últimas obras, con títulos como Noche de insomnios, Explota la noche y La ola de la noche. El mar ruge y se solivianta como la vida, como la pasión de vivir y de gozar a tope, llevándose por delante y arrasando cuanto encuentra en su camino. Simbolismo en el título y en la plasmación del mismo tema. El pintor, en el discurrir de su obra, va absorbiendo cuanto le conviene a la misma. Presenta en esta muestra dos grandes olas: Grande ola y La ola donostiarra (2019), y también La ola de arena brillante (2014).

La muestra se abre con una excelente colección de desnudos familiares, padres e hijos, trazados frontalmente con fino dibujo sobre fondos abstractos en los que logra un notable equilibrio entre dibujo y pintura y que es un magnífico friso pictórico (1985), al igual que el díptico La pareja en la escalera (84).

De su faceta como grabador al aguafuerte también se expone una colección de grabados de los que destacaremos Tarde de sol en la playa, La curva del agua y el más maduro y complejo, El patio de mi casa.