Es difícil, muy difícil, escribir sobre un amigo que ha cumplido los 90 años, nueve más que el que escribe estas líneas. Máxime cuando acaba de sufrir un ictus, el domingo pasado. Lo encontraron caído en su casa, reconociendo a quienes fueron a saludarle en el hospital de Basurto, pero mi amigo era incapaz de hablar.

Todos los días, en primera plana del cotidiano francés "Le Figaro", a modo de lema y bandera, leemos esto: "Sans la liberté de blâmer, il n´est point d´eloge flatteur". (Sin la libertad para culpar, no hay elogios halagadores. Beaumarchais). Es un principio que he tratado de cumplir siempre. Principio que debo cumplir en este texto. He estado tan cerca, también hace años en la distancia física, con un amigo recientemente fallecido, que no puedo señalar algo por lo que deba culparle. Esto supone que no quiero, en estas líneas, juzgar sus textos, sus planteamientos o, aspectos de su vida. Simplemente quiero dar testimonio de mi amistad.

Estoy hablando, más de un lector lo habrá adivinado, de Juan Mari Uriarte. Le conocí en Lovaina. Juan Mari estudió psicología, y yo sociología y ciencias morales y religiosas. Juan Mari sufrió mucho con la asignatura de Estadística. Cuando la aprobó escribió una carta manuscrita al profesor de esa asignatura que me la dio a leer. Recuerdo la crítica que le formuló; que él, ya cura, había venido a Lovaina, a estudiar Psicología y no Estadística, a la que tuvo que dedicar tanto tiempo como a la suma de las otras materias. Y añadió algo que refleja bien su carácter: que él prefería la eficacia a la bronca y que por eso le escribía, para que considerará en el futuro, para quienes explicaba Estadística.

Éramos bastantes los estudiantes vascos en Lovaina aquellos años, no siempre bien avenidos. Las distancias y pugnas ideológicas entre ETA quinta y ETA sexta, estaban al orden del día. Digo vascos, así como españoles, latinos y, obviamente, belgas y de otras nacionalidades.

Un grupo de lovanienses españoles se reúne mensualmente en un restaurante de Madrid, cincuenta años después. A veces, siempre que puedo, me incorporo al grupo. Lovaina marcó carácter.

Juan Mari y yo, compartimos dos o tres años el Colegio Mayor de Lovaina. En el cuarto piso, en las habitaciones 401 y 404. Allí arrancó una amistad que hemos procurado alimentar con encuentros. Estaba en nuestras intenciones, Koruko mi mujer y yo, desplazarnos a Bilbao para conversar con Juan Mari y salir a comer con él y con un amigo común. Juan Mari era buen conversador que se abría, casi del todo, con amigos.

En Lovaina le llamábamos Monsieur l'abbé (señor cura). Pues tenía a gala su condición de cura. Lo que no impedía que, a menudo, parejas con hijos, creyentes y no creyentes, le reclamaran las noches de fin de semana para que cuidara sus hijos, mientras sus padres salían a beber cervezas.

Los domingos al mediodía nos juntábamos unos cuantos amigos, en mi habitación, para beber vino con algunas vituallas. Pero antes, algunos íbamos a misa, en el propio Colegio Mayor, que presidía Juan Mari.

Juan Mari era un despistado de tomo y lomo. Un día fue a la casa de un profesor en Lovaina, no recuerdo a qué, ni a qué profesor. Abrieron la puerta del domicilio, desde otra estancia, y al entrar en la casa, se enfrentó a un gran espejo que le reflejaba. Pero Juan Mari alargó la mano para saludar al profesor “Bonjour Mr. le prof…” cuando en realidad estaba saludándose a sí mismo. Menos mal que nunca aprendió a conducir, pues al volante hubiera sido un peligro constante.   

Cuando estaba de obispo en Zamora, (donde le estimaban mucho) fuimos, más de una y de dos veces, mi esposa y yo a visitarle. Nos mostró las habitaciones reservadas a los obispos. Me gustaría ser escritor para trasladar aquí, lo que aquello era. Recuerdo su expresión: ¡qué puedo hacer yo con todo esto!. Había un gran cuarto con un trono episcopal que echaba para atrás… Tenía una mesa de trabajo donde, entre libros y revistas había una foto del entrenador Clemente. A requerimiento de unos jóvenes le invitó a venir a Zamora para charlar con ellos, pero con una condición: antes, él, Juan Mari, les diría unas palabras. No perdía ocasión para mostrar su labor sacerdotal.   

Vasco universal, abierto a todos, sufrió mucho con ETA. El año 2013 Juan Mari reclamó a ETA su desarme y disolución, y al Gobierno que "dulcifique la política penitenciaria para evitar que el proceso se pudra". Además, instó a "todas las víctimas a que, cuando sean capaces, otorguen el perdón con el fin de recoser los tejidos desgarrados de una comunidad que quiere vivir unida". La reconciliación fue su gran empeño en los últimos años de su episcopado y de su vida. 

Agur Juan Mari. Berealaxe ikusigo gara Aitaren etxean 

(Agur Juan Mari. Pronto nos veremos en la casa del Padre)