Desde 2009, Euskadi y Galicia han tenido la costumbre de convocar elecciones al mismo tiempo. Algún motivo, que no era legal, hacía que vascos y gallegos hayamos votado el mismo día durante las últimas cuatro legislaturas. El tema es que este año eso ha cambiado y cada una celebrará las elecciones en su momento. Se da el caso de que en Euskadi todavía no sabemos cuándo seremos llamados a votar mientras en Galicia hoy cumplen una semana desde el comienzo de la campaña. De hecho, esta misma semana han celebrado ya el primer debate electoral y uno, que es aficionado a este tipo de eventos más por afición que por deformación profesional, allí estuvo, siguiéndolo interesadamente y sacando algunas conclusiones. A raíz del debate, los medios han decidido subrayar y alimentar un fenómeno fan, en mi opinión bastante sobreactuado, de Ana Pontón, candidata del BNG, protagonista –nunca mejor dicho– de una campaña extremadamente personalista y a la que las encuestas otorgan no más de veintitrés diputados sobre un total de setenta y cinco. Pero yo me fijé en que el tema que monopolizó el debate fue la gestión del sistema público de salud y, en especial, los problemas con la atención primaria. Casualidad, igual que en Euskadi donde, si bien la campaña no ha comenzado oficialmente, el ambiente es ya del todo preelectoral. Alguno podría pensar que esa coincidencia en los temas de campaña se debe al hecho de venir compartiendo ciclos electorales. Pero estoy convencido de que, si hoy se celebrara un debate en Catalunya, en Murcia o en París, la oposición trataría de afear a quien gobierna la situación del sistema sanitario. Y es que, si un asunto afronta dificultades en todos lados, independientemente del color del ejecutivo al que le toca gestionarlo, es probable que la culpa de los problemas no sea de quien gobierna y que exista alguna razón externa –se me ocurre una pandemia– que los esté produciendo. Aunque, obviamente, esto no le interese explicarlo a quien busca aprovecharse de ello.