Polarización es la palabra del año. No es una palabra nueva, pero es la palabra de actualidad seleccionada para reflejar, sintetizar la situación actual de nuestra sociedad.

Polarización nos habla de una sociedad dividida, de tensión entre las partes, en la política, en las redes sociales, en las empresas, en la calle… En definitiva y como señala Fundeu-RAE (Fundación del Español Urgente), polarización se utiliza hoy en día “para aludir a situaciones en las que hay dos opiniones o actividades muy definidas y distanciadas (en referencia a los polos), en ocasiones con las ideas implícitas de crispación y confrontación.”

Y esto, en un mundo en el que la urgencia impuesta por los “grandes retos” (cambio climático, pobreza, energía…) nos obliga a no olvidarnos que cualquier avance en su posible solución excede las capacidades de las Instituciones Públicas y del Sector Privado. Si queremos progresar, desarrollarnos y crecer en bienestar tenemos que integrar recursos, capacidades y talento, tenemos que cooperar.

“La cooperación lubrica la maquinaria necesaria para hacer las cosas y la coparticipación puede compensar aquello de lo que tal vez carezcamos individualmente. Aunque inserta en nuestros genes, la cooperación no se mantiene viva en la conducta rutinaria; es menester desarrollarla y profundizarla. Esto resulta particularmente cierto cuando se trata de cooperar con personas distintas de nosotros; con ellas, la cooperación se convierte en un duro esfuerzo”. (Richard Sennett, 2012).

La tarea no es fácil. Nos obliga a las personas y a las organizaciones a salir de nuestros afanes individuales y a acudir al encuentro del otro, nos demanda atención y cuidado por el bien común y compromiso en la tarea de hacer sociedad.

Arrastramos décadas en las que nos hemos guiado por dos palabras mágicas, eficiencia y competitividad, que aisladas pierde significado y maximizadas producen el efecto contrario.

En septiembre 2020, Roger Martin nos invitaba a “abandonar el altar de la eficiencia”. La apuesta por el “corto plazo”, la maximización del valor de las acciones (que aunque sirvan al interés de los fondos de inversión, no necesariamente tienen que coincidir con los intereses de los accionistas) son la causa principal de la “desigualdad” y de la inestabilidad.

Introducen temor e inseguridad en las personas, ausencia de futuro, (Juan Costa, presentación informe Zedarriak 2024) promueven el auge de los totalitarismos y alimentan la polarización.

Pero no nos quedemos en la distopía. Como bien señala Alisdair Roberts (2005) frente al protagonismo del concepto común de una Democracia en crisis, en el mundo actual existen ejemplos claros de democracias que han sabido encontrar y desarrollar nuevos modos de gobierno, democracias que funcionan: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia y, California. En definitiva, son sociedades que buscan y promueven el desarrollo a través de la cooperación, del logro de unos niveles de bienestar que sólo se puede lograr integrando el talento, abriendo las oportunidades, promoviendo la iniciativa, practicando la ejemplaridad y la transparencia… perfeccionando la democracia.

Por tanto, si queremos mejorar, lo público tiene que salir al encuentro de lo privado y lo privado al encuentro de lo público. A finales del siglo pasado las reflexiones acerca del nuevo siglo nos hablaban de una “Sociedad de Conocimiento” y de la Innovación como factor crítico de progreso. Y concretando más, de la necesidad de integrar los tres niveles acción: Público, Privado y de Organizaciones Cívicas, nodos que forman el organismo de una sociedad desarrollada y de bienestar (Peter Drucker).

Pero la Innovación no es posible en ausencia de colaboración. Michael Tomasello (2014) resume con gran sencillez el camino de avance que debemos recorrer un busca del progreso: la cooperación es lo que nos hace humanos. Nos habla ni más ni menos que de la intencionalidad conjunta: “Un estado social y de las cosas en la que los jugadores tienen un objetivo común compartido y un conocimiento común de confianza mutua para implementar el objetivo compartido: En otras palabras, los jugadores pueden colaborar, no sólo coordinar, independientemente de la reciprocidad instrumental.”

En esta sociedad global el progreso es local, incluso hiperlocal. Las soluciones no vienen de fuera. No podemos importarlas. Tenemos que crearlas. Tienen que ser y son el resultado de nuestra acción social. Y es este capital social el que nos va a permitir crear la sociedad que deseamos para nosotros y para las nuevas generaciones.

En 1956 D. José María Arizmendiarrieta, en medio de una situación social y económica adversas, formo un equipo de cinco jóvenes para hacer de la cooperación, práctica empresarial y práctica social. Empezaron a recorrer ese camino espinoso, lleno de dificultades y adversidades, aprendieron a comprenderse mutuamente y a dar respuesta a las necesidades de los demás. Formaron una cooperativa y dieron lugar a un grupo de empresas, sociedades de personas, que mostraban un nuevo camino de hacer económico y social. Frente al modelo de confrontación Arizmendiarrieta propuso un modelo de cooperación en el que el ser humano se desarrolla, se perfecciona en el trabajo.

La semilla de Arizmendiarrieta estaba y sigue viva en lo que Unamuno denominó como Alma Vasca.

Cooperativas aparte, estos principios, este camino sigue vigente y puede sacarnos a los vascos de nuestras “polarizaciones” y situar a Euskadi entre esas Democracias que buscan el progreso y el bienestar económico y social.

En este mundo de grandes retos y desafíos globales, la Cooperación / Elkarlana / Intencionalidad Conjunta es, sin duda, nuestro camino de globalización. Un camino de desafíos y riesgos, pero también un camino seguro de progreso.

Fundación Arizmendiarrieta