Pasado ya el solsticio de invierno (21-22 de diciembre) o Navidad para los cristianos (25 de diciembre o 7 de enero, según el calendario gregoriano o juliano utilizado por las diferentes facciones cristianas), quizás sea el momento de poner sobre la mesa debates que afloran cual flor de pascua los últimos días del año y que al igual que la tradicional –aunque importada– flor navideña menguan para florecer de nuevo un año después.
Y es que durante diciembre todos y todas hemos sido partícipes y/o testigos de enfebrecidas conversaciones en nuestros txokos, eskolas, comisiones de fiestas, tabernas, reuniones familiares, etc., acerca de cómo “debe de ser” la celebración de Olentzero, en algún caso como en Iruñea incluso con cartas en prensa defendiendo diferentes puntos de vista acerca de cuestiones tan esenciales como la defensa del carácter totémico de Olentzero y, por tanto, de que a éste no debe encarnarlo una persona de carne y hueso sino una efigie, o el cuestionamiento del papel de Olentzero como mercader de regalos.
No menos importantes, debido también a su sustrato ideológico, han sido la polémica surgida en Gasteiz por la letra de una popular canción de Olentzero en la cual se sustituyó un verso de carácter religioso por otro que no lo era, o la recurrente discusión sobre la controvertida figura de Mari Domingi, creada con buena intención para introducir una referencia femenina “paralela” a Olentzero pero que, debido a su inexistencia cosmogónica previa, no ha podido evitar convertirse en “la mujer de…”, “la novia de…”, la “ayudante de…”, haciendo un flaco favor a la perseguida paridad (recordemos que cuando hace unos pocos años se introdujo este nuevo personaje no fueron pocos los colectivos feministas que se mostraron contrarios al “invento” tanto por esa previsible e inevitable situación de supeditación como porque se caía de nuevo en conceptos “tradicionales” de familia/relación patriarcal, heterosexual, etc).
Quizás la madre de todos los mitos –el tiempo– logre dotar a Mari Domingi de su propio bagaje místico que le permita ser mito al margen de Olentzero, el mito “de verdad”.
Pero más allá de estas fundamentales cuestiones de carácter ideológico que, sin duda, hay que abordar, hay cuestiones más mundanas que también están contribuyendo a erosionar el mito de Olentzero. No son otras que aquellas dinámicas que poco a poco van convirtiendo a Olentzero en un ser despojado de misterio, de magia, de la mística que debe de rodear a todo personaje mitológico. Hablo de la vulgaridad que supone que Olentzero aparezca diez y ocho días seguidos, que aparezca en mil y un lugares (la eskola,el txoko o la Peña, la escuela de música, el barrio, el pueblo del aita, el de la ama y el de la amama…), que visite a domicilio a todo quisqui: a instituciones varias, al equipo de futbol, al de rugby, al grupo de dantzak, a la jai batzorde…, o de la cutrería con la que a menudo se escenifica la venida de Olentzero a costa de un sufrido aita con txapela, la cara tiznada de negro y más reconocible por los niños y niñas que un protagonista de Goazen –que son niños pero tontos y tontas no–, o en el sumun de los despropósitos convertir a Olentzero en castellanoparlante.
Capítulo aparte merece la horterísima bilbainada de intentar convertir a Olentzero en una suerte de opulento barón venido de un Neguri del siglo XV rodeado de una corte de elfos, bufones y ridículos personajes completamente ajenos a nuestra mitología y leyendas. Sres. y Sras. mandatarios de la Euskal Herria occidental: dado que Olentzero nunca fue un rito ancestral vizcaino, comprendo su desconocimiento de cómo hay que atender al célebre gentil cuando nos visita, pero han pasado ya años como para haber aprendido algo de los pueblos que llevan recibiéndolo siglos. Por favor, sigan su ejemplo y dejen de obligar a Olen-tzero a hacer el ridículo año tras año, que el pobre cuando acaba su agotadora bira y vuelve a su retiro en Nafarroa llama a todo correr a Mari para decirle que él no vuelve al botxo ni por un garrafón de buen vino navarro. Aunque siempre se le pasa el enfado y vuelve año tras año porque sabe que los y las txikis bizkaitarrak no tienen la culpa de los desvaríos chovinistas de tunantes que incluso hace unos años fueron capaces de secuestrarlo y deportarlo de sus queridos bosques navarros a la cárcel de oro que la BBK levantó en Mungia y de la que huyó tan pronto como pudo.
En todo caso, este breve artículo escrito por un servidor, que también tuvo la ocasión de transfigurarse místicamente en Olentzero y sentir la magia brillar en los ojos de nuestros txikis, no pretende sentar cátedra sobre las soluciones a los problemas citados, pero sí trasladar la idea de que es necesario llegar a un mínimo consenso en la manera de recrear nuestro folklore ancestral para posibilitar la supervivencia de nuestros ritos y costumbres. Creo, sinceramente, que esto pasa, por un lado, por desmontar colectivamente parte del desacertado tinglado que con toneladas de buena voluntad pero con poca visión preservadora hemos montado estas últimas décadas y, por otro, por rescatar del olvido aquellos ritos, coplas y costumbres del solsticio de invierno y de fin de año propias de cada pueblo, de cada valle, tradiciones que forman parte del rico patrimonio inmaterial vasco y que, desgraciadamente, muchas están a punto de perderse para siempre.
Hoy, a punto de acabarse el primer cuarto del siglo XXI, la inmensa mayoría de los vascos y vascas no tenemos ya chimeneas donde quemar el último tronco sagrado del año. Lo más seguro es que sea ya tarde para recuperar el tótem y quemar a un sanador Olentzero en la plaza del pueblo o para liberar al pobre carbonero de la pesada e ingrata tarea comercial que le hemos endosado estas últimas décadas, pero quizás aún estemos a tiempo de no perder el mito para siempre. Sea una efigie o una persona, acompañado de Mari Domingi o solo, con el saco repleto o vacío de regalos, recibamos al carbonero con la dignidad que merece: respetemos su origen y sus ecosistemas culturales, su pasado pagano, reivindiquemos su naturaleza báquica, reduzcamos el número de apariciones públicas, hagamos especial su venida y presencia, mimemos su estética, su mensaje y, por supuesto, hablémosle en su única lengua: el euskera. Simplemente, ayudemos al eterno gentil a comprender el siglo XXI y el mito hará su magia como siempre lo ha hecho.