Itziar Ituño acudió a la manifestación que se celebró el sábado en Bilbao. Una manifestación ya tradicional que se viene celebrando cada enero en señal de protesta contra la política de dispersión. Este año, a pesar de que ya no quedan presos cumpliendo penas lejos de sus hogares, la manifestación también ha sido convocada, por lo que entiendo que el objeto real era reclamar la excarcelación de un grupo de presos muy determinado al que ellos, en un ejercicio de memoria selectiva, se empeñan en llamar presos vascos. La presencia de la actriz en la marcha ha hecho que un concesionario de coches con el que colaboraba haya decidido poner fin a la relación comercial que mantenía con ella y eso ha despertado la indignación de muchos. Una indignación que han manifestado especialmente quienes comparten causa y pancarta con ella pero que otros, que no podemos estar más alejados de muchas de sus posiciones, compartimos plenamente.

Y reconozco que pocas cosas me producen mayor satisfacción que defender la libertad de expresión de quienes han sido cancelados por opinar, sobre todo, cuando no opinan como yo. Una pequeña victoria moral que me recuerda que me mantengo a salvo de una de las enfermedades más peligrosas que amenazan el debate público: el sectarismo. No comparto la cancelación. Esa práctica que consiste en que determinados grupos mediáticos, políticos o económicos que se consideran en posesión de lo correcto fijan una línea para aplicar la venganza social y profesional contra aquel que se atreva a atravesarla. Es una práctica tan cruel como injusta. Y por eso hay que perseguirla siempre. Y siempre significa siempre. Por eso me ha sorprendido ver a tanto canallita que se define como “políticamente incorrecto” alegrarse de lo que le ha sucedido a Itziar Ituño y achacarlo a las consecuencias que tienen los actos. Legitiman, con esa actitud, una cancelación que, antes o después, les tocará sufrir a ellos. Entonces, aunque no se lo merezcan, también les defenderé.