La tele ya no es la reina de la casa, ni siquiera del salón. Ella que tantas veces conseguía que apartáramos la mirada del libro que leíamos, que pusiéramos un poco menos la radio, que dejáramos para después esa conversación pendiente, es ahora víctima de sus propias artimañas que ahora practican los móviles y las tablets. “La pequeña pantalla”, apodo cariñoso asumido en comparación con la del cine, no tardó mucho en ser denostada como “la caja tonta” por aquellos que pedían que una tele sirviera para algo más de lo que sirve cualquier otro electrodoméstico de la casa.

La lavadora te saca la ropa limpia, la estufa te da calorcito, la licuadora te convierte la fruta en zumo, la tostadora te hace un desayuno cojonudo de pan duro y hasta el microondas te aporta un vaso de leche calentita sin que se derrame por la cocina. Pero es esa caja de imágenes y ruido la que ha logrado presidir el salón y que todos los muebles miren hacia ella y que, poco a poco, ha ido conquistando otras habitaciones del hogar: primero la cocina, luego el dormitorio...

La tele se hizo una liposucción para eliminar las curvas y definir sus ángulos perfectos, mejoró su definición pasando de 625 líneas a 1024 y ahora a más de 4.000 píxeles, se alargó al estilo de las pantallas de cine, se quitó la joroba y se despojó del tapete de ganchillo que servía de red a la foto del chaval en la mili y a la bailaora gitana. Y tras engancharse a internet, creció de tamaño pasando del estándar de 24 pulgadas a 48, aunque cada vez son más las pantallas que por un precio similar pasan de 60. 

Dicen que el pez grande se come siempre al chico, pero esta vez está siendo el chico el que está devorando a una televisión que nunca ha sido más grande, al menos en tamaño, aunque desgraciadamente no en contenidos. 

Los móviles son como pirañas que mordisquean nuestra atención y minan la moral de la tele que, desde su trono en el salón, ve cómo los mimos se los lleva el pequeñín que tenemos en las manos al que atendemos al mínimo zumbido mientras descubre, horrorizada, que el móvil se vale de las mismas técnicas que inventó ella para robarnos la atención y hasta el sueño.

El año 2023, que acabamos de despedir, se ha convertido en el de menor consumo de televisión con 181 minutos por persona al día, y eso sin descontar el tiempo que mientras está encendida prestamos en realidad atención al móvil. Además, son ya más de tres millones las llamadas personas “telefóbicas” que no encendieron en ningún momento la tele, que se ha hecho híbrida tras el bluf de la tedeté, que iba a traernos más oferta, creatividad y nuevos rostros pero solo hay refritos y fritanga.

La pregunta es si este año los mandamases de la tele harán algo para remediarlo o dejarán que el imperio sin ley del móvil y las plataformas acaben con la tele que conocemos.