Es de sobra conocida la función fundamental que la Fundación de Margarite y Aimé Maeght, de St. Paul de Vence (Francia) ha tenido en la difusión de la obra del escultor Eduardo Chillida (Donostia, 1924-2002) en todo el mundo. El museo que la alberga es un ejemplo único que muestra una de las colecciones europeas de escultura, pintura, dibujos y grabados más excepcionales del siglo XX. En su residencia pasó muchos veranos la familia Chillida, creando y gozando de la compañía de sus fundadores y de otros artistas como Calder, Miró, y algunos otros.
Ahora, con motivo del centenario del nacimiento del artista, la fundación ha depositado en el caserío Zabalaga y en su entorno de Hernani algunas de las piezas de su colección, en diálogo y confrontación con las obras del escultor y grabador Eduardo Chillida.
Nombres todos ellos presentes en la historia del arte, y de cuya valía no hay duda. Nombres como el Alexander Calder, Jean Arp, Alberto Giacometti, Julio González, Pablo Palazuelo, George Braque, Bárbara Hepwroht, Joan Miró, Antoni Tápies y Marc Chagall son un elenco que conforman unas décadas de creación en las que Europa produjo una serie de obras de arte que hoy en día están diseminadas por museos y colecciones de todo el mundo. Diecisiete obras de once artistas fueron creadas en una Europa salida de guerras y conflictos, en reconstrucción de ciudades y barrios, que ansiaban y necesitaban obras artísticas. Muchos de estos artistas incidieron en espacios públicos y ofrecieron sus mejores sueños y proyecciones plásticas, que humanizaron y alegraron plazas, calles y edificios públicos. Y lo hicieron desde las vanguardias en las que ellos militaban y que rompían los moldes y arquetipos del anterior siglo.
En una mañana fría y de azul claro, entrar en el entorno de Chillida Leku, lleno de silencio, y pasear entre las esculturas de Eduardo es toda una experiencia inmersiva, llena de magia y de fuerza, de colores verdes y ocres, y del canto de los pájaros que nos acompañan.
Allí están presentes en sus campas obras tan potentes de Chillida como Homenaje a Balenciaga (1990), Monumento a la tolerancia” (1983), Lotura 23 (1998), Buscando la luz (1997), y otras más poéticas, como De música 3 (1989), Esertoki 3 (1090) y Enparantza (1990), hasta encontrarnos a la entrada del caserío Zabalaga con la sensual obra orgánica, homoide, de Jean Arp, Le pepin geant (1937), que da acceso al interior del espacio expositivo de la mayoría de obras de la Fundación Maeght. Se presentan también las primeras obras de la producción chillidiana: torsos, ikaraundis, lunas, cruces. Y, en medio del espacio vacío, el espectacular hombre de Giacometti, Homme qui marche (1960), junto al Peine del viento I (1965) y Gurutze 8 (2000) de Eduardo, y sobre ellas colgando del techo el tricolor móvil de su amigo Calder Trois soleils jauves (1965). Y de nuevo la magia y el embrujo se produce.
En la primera planta del caserío se exponen tres magníficas “obras surrealistas de Miró: Nuevo proyecto para monumento (1972), Cráneo y luna y Masque (1962), junto a dos Braque, Hymen (1939/1957), Jete de cheval creneteeles, y la excelente pintura de dos pájaros negros que Braque dedicó a Eduardo (1957).
En la misma sala se exponen también tres magníficas obras de Palazuelo: Impulsión suspendue (1978), Daphnae (1930/1934), de Julio González, y Figure (1964), de Hepwroth. Todas ellas poseen algunas relaciones sintácticas con la obra de Eduardo.
En la última sala se exponen diversas cerámicas de Chagall, Jeune fille au cheval. Le matin (1956); y Grand disque doublé face (1956), de Miró, junto a diversos dibujos de Miró, de Calder, y de Braque, dedicados a Eduardo, así como la cama Bois et lit, de Tàpies (1973).
Reseñar por último tres obras que nos han atraído sobremanera: el espectacular estable de Calder, Moning Cobuey (1964), arquitectónica y espacial, colocada a la entrada del museo; la maqueta para el Homenaje a Hokusay (1991), y el entramado de madera del caserío, obra respetuosa y ecologista del arquitecto Joaquín Montero y Eduardo Chillida.