Los derechos están para cumplirse. Todos, sin excepción. También, como no podía ser de otra manera, los que tienen que ver con la igualdad en lo que respecta a los cuidados familiares. Y no solo eso. Los derechos, además de cumplirlos, hay que reivindicarlos. De esto no hay duda. Y, para que quede claro, el derecho a huelga es un derecho reconocido y protegido. Pero muchas veces, sobre todo cuando se tienen determinadas responsabilidades, no basta con limitarse a valorar lo que se puede hacer y lo que no. Conviene ir más allá y preguntarse cuál es la forma más útil y práctica de abordar los retos a los que nos enfrentamos. La mejora del sistema de cuidados es, objetivamente, uno de los más importantes. Y ayer había convocada una huelga que, en teoría, pretendía poner ese asunto en el debate público. Visto quiénes se sumaron y la cercanía del periodo electoral, cualquiera podría pensar que la de ayer fue una huelga estrictamente laboral o, lo que sería aún peor, política. Pero no seamos desconfiados y creámonos las buenas intenciones de las convocantes. En ese caso, ¿es cortar el tráfico o pintar los autobuses públicos la mejor manera de concienciar a la sociedad? ¿Es hacer huelga la forma más útil de transformar el sistema? Sinceramente, no lo creo. Pero hay quien sí. No sé si por convicción o por interés, pero ayer pudimos ver a numerosos representantes políticos abandonar sus puestos de trabajo y sumarse a las manifestaciones. Aunque no me quedó claro, a pesar de las pegatinas que llevaban en la solapa, si se estaban sumando realmente a la huelga. Y no me quedó claro porque la huelga, efectivamente, es un derecho. Pero quienes lo ejercen, sobre todo las personas trabajadoras, asumen unos costes, ya que renuncian al salario de la jornada. Supongo que también lo harán los políticos que ayer dejaron de cumplir con sus obligaciones y se echaron a la calle. Porque de lo contrario no hicieron huelga, simplemente, pillaron día libre.