El maná caído del cielo es una narrativa que proviene de la tradición bíblica, específicamente del libro del Éxodo en el Antiguo Testamento. Es descrito como un alimento enviado por Dios para alimentar a los israelitas después de su salida de Egipto, durante sus 40 años de viaje en el desierto. Este relato simbólico contiene múltiples capas de interpretación, tanto en contextos religiosos como en aplicaciones más amplias en literatura, teología y filosofía. En el nivel más básico, el maná representa la provisión de Dios para su pueblo en un momento de gran necesidad. No había recursos alimenticios disponibles en el desierto, y el maná caía cada mañana para sustentar a los israelitas. La manera en que se debía recolectar y consumir el maná también era una prueba de obediencia. Dios dio instrucciones específicas sobre cuánto recoger y cómo y cuándo comerlo. El hecho de que el maná se echara a perder si se intentaba almacenar (excepto durante el Sabbat) era una lección para no ser codiciosos y confiar en la provisión divina continua. Algunos estudiosos interpretan el maná del cielo también como una lección temprana de igualdad económica y social. Todos, independientemente de su estatus, recibían lo mismo y tenían sus necesidades satisfechas. Esto ha sido utilizado como un símbolo de una sociedad ideal en la que las necesidades básicas de todos son cubiertas sin discriminación. La remembranza bíblica no es ajena, sin embargo, a fenómenos cercanos. Recordemos el día que Narciso Sánchez se hizo grabar en vídeo entrando a presidir el Consejo de Ministros con sus subordinados haciéndole un pasillo de aplausos, a la vuelta de un Consejo Europeo en el que se aprobaron las cuantías de los fondos europeos Next Generation, que por un montante aproximado de 140.000 millones de euros iban a llegar a España en un periodo de 5 años. La petulancia con la que se contó que aquello era la salvación del país tras la pandemia puede contrastarse a día de hoy con lo que realmente está suponiendo.

Primera falsedad: los fondos son una donación europea, un maná. En realidad, la Comisión ha podido generarlos a base de endeudarse, y quienes tendrán que pagar esa deuda son los estados miembros, es decir, sus respectivos contribuyentes. De manera que los NextGen no son otra cosa que una enorme operación financiera, consistente en trasladar a impuestos futuros gastos actuales. Dentro de ellos, de manera literaria, se dice que una parte son a fondo perdido y otra préstamos reembolsables, pero en realidad son la misma cosa: liquidez basada en deuda. A partir de aquí llega la siguiente falsedad: que constituyen la financiación que va a hacer posible que las economías de los países europeos no sólo se recuperen de la pandemia, sino que avancen hacia su relanzamiento económico e industrial. La prueba más evidente de que no están sirviendo para nada es que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, acaba de decir que se va a iniciar una investigación contra China por ayudas ilegales a la producción del coche eléctrico. O sea, que la manera de proteger la industria europea no consiste en hacerla más competitiva, sino en lo de siempre, en buscar justificaciones para el proteccionismo. En España, el fiasco de los NextGen se sustancia en algo que aquí se contó y que acaba de ratificar el Tribunal de Cuentas Europeo, en lo que denomina “problemas de subvencionabilidad”. Dicho en plata: que se está aplicando el dinero donde no se puede aplicar, y concretamente como el reglamento comunitario prohíbe taxativamente, que es que sustituyan a los gastos presupuestarios nacionales ordinarios. El más básico de los principios es ese: si un Estado recibe fondos, lo que no puede hacer es emplearlo para aquello que secularmente debe atender, sino hacer con ellos algo nuevo y revulsivo. Lo que está pasando no es otra cosa que los ministerios, comunidades y ayuntamientos reciben los NextGen y se los pulen haciendo lo que deberían estar haciendo con lo que ya recaudan del contribuyente. Mientras, el mecanismo de captación y asentamiento de inversiones y generación de actividad económica apoyado en esta financiación extraordinaria no consigue ningún logro: ni hay fábricas de chips, ni la industria del automóvil toma nuevos rumbos, ni se instaura la medicina de precisión. Como colofón, el Gobierno no se atreve a publicar la lista de los cien principales destinatarios del dinero, para que no se vea que son todo empresas públicas. Fiasco: sinónimo de mediocridad, estatalismo, gobernantes que toman el pelo y un país que lleva décadas agonizando.