Socializar el sufrimiento como fórmula de implicar a toda la sociedad en la actividad de quienes consideraban "vanguardia" de la lucha por la libertad, fue la opción política que, en el año 1994 y en este país, tomó la izquierda abertzale en una ponencia denominada Oldartzen. Como panegírico de la violencia como fórmula legitima de lucha política, se encubrió una de las metodologías más crueles que jamás se haya podido imaginar en una sociedad civilizada, y sirvió para que quienes empuñaban armas pretendieran someter a una sociedad la vasca, a algunos de los momentos más duros, crueles e indignos de su historia. Su objeto, tomar como rehén a su mismo pueblo; hacer cómplice de su crueldad a toda la sociedad; secuestrar su representación por un arsenal militar. Y, sin duda, provocar un sufrimiento insoportable. Si bien aún hoy seguimos sin escuchar que aquella ponencia fue una salvajada y a pesar de que la tenía enterrada en el cajón de las pesadillas, compruebo que por desgracia y hoy en día, hay sucesos que las reeditan. No aquí. En Palestina. En especial, en Gaza. Al margen del propio conflicto palestino-israelí y de las resoluciones de la ONU sobre la cuestión, cuyo cumplimiento debiera seguir siendo el vector de solución, los hechos de los últimos días retrotraen mis sensaciones a las vividas como consecuencia de aquel dislate conceptual. Un movimiento supuestamente político toma como rehén a su propio pueblo, lo coloca de escudo humano, concreta su acción política en su arsenal, y secuestra su representación para situarlo en situación de guerra ante quienes considera enemigo y aun cuando sabe que, en el terreno militar, nunca lo podrá vencer. No hace falta acudir al debate del derecho de Israel a su defensa. Tampoco al de la necesidad de dar cauce a una solución a las legítimas pretensiones palestinas. Ni siquiera hace falta recordar la calificación terrorista de Hamás, ni la condición totalitaria y antidemocrática de su proyecto político teocrático. O a su falta de legitimación democrática interna, donde existe una Autoridad Nacional Palestina. Basta con recordar sensaciones vividas ya en este país, donde algunos pretendieron tomar como rehenes a su propio pueblo para entender que socializar el sufrimiento e implicar a quienes no participaban de sus métodos en su lucha sangrienta, es algo totalmente inaceptable. Oldartzen, ni en Euskadi ni en Palestina.