La ciencia en general y la tecnología en particular están logrando que cada vez vivamos más y mejor; no solo han añadido años a la vida, sino vida a los años. Además, como indicó recientemente en una entrevista el científico Pedro Miguel Etxenike, la ciencia es una vacuna contra la intolerancia, el fundamentalismo, el integrismo, la ignorancia y el dogmatismo. Nos está proporcionando también un mayor conocimiento del mundo. Los descubrimientos de la física cuántica, secundados por los hallazgos en el espacio de los telescopios Hubble y Webb, nos están permitiendo conocer mejor el universo. No hace relativamente mucho tiempo, en Europa prevalecían las teorías geocentristas defendidas por la religión católica y contradecirlas significaba la muerte en la hoguera, como le sucedió al astrónomo Giordano Bruno, quemado vivo en 1600. Hoy en día sabemos que no somos más que polvo estelar.

A principios del siglo XX, Rutherford demostró que los átomos no eran partículas elementales y que su núcleo era una estructura muy compleja; posteriormente, la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica de Planck y el desarrollo de la física nuclear empezaron a transformar nuestras ideas sobre la materia, el espacio y el tiempo, dejando fuera de juego muchas cuestiones religiosas que hoy nos parecen infantiles y ridículas. Históricamente, la ignorancia del ser humano sobre el origen de la vida y del universo ha dejado el campo abierto a explicaciones divinas hasta que los avances científicos las han ido refutando una a una. A lo largo de la historia de la humanidad, el deísmo y el teísmo han apelado a un ser divino como el creador del universo y diferentes dioses han sido inventados como una explicación para toda clase de fenómenos físicos; al mismo tiempo, las creencias de muchos creyentes se han sustentado en un adoctrinamiento interesado. Como decía Einstein, “es más fácil creer que pensar; por eso hay tantos creyentes”. Y Mark Twain definió una vez la fe como “creer en lo que cualquiera sabe que no es verdad”.

La ciencia, de momento, no puede explicar al 100% el origen del universo, pero eso no significa que no lo hará en un futuro próximo. Las religiones han proclamado -y algunas impuesto- la idea de que el universo debía de tener una causa. Hoy en día la ciencia nos indica que la materia e incluso el espacio y el tiempo podrían haber surgido espontáneamente, sin una primera causa externa y sin violar las leyes de la física; podrían haber aparecido de la nada como resultado de una transición cuántica sin causa alguna. Téngase en cuenta que de los componentes del universo, la materia regular solo representa un 5%; prácticamente el resto lo conforman la materia oscura (25%) y la energía oscura (70%). Y según el principio de conservación de la energía, esta ni se crea ni se destruye. La teoría cuántica nos dice que incluso en un aparente vacío existen fluctuaciones energéticas y actividad cuántica que pueden dar lugar a la creación y aniquilación de partículas de manera espontánea, siguiendo el principio de incertidumbre de Heisenberg. En este sentido, el vacío no está realmente vacío, sino que está lleno de campos cuánticos en constante actividad. En la “cosmología cíclica conforme” propuesta por el físico Roger Penrose, ganador del Premio Nobel de Física 2020, la ausencia total de materia (visible) podría haber desencadenado la aparición de toda la materia.

La teoría del big bang nos dice que la materia, el espacio y el tiempo debieron de surgir de un estado de temperatura, densidad y energía infinitas y explica a partir de ese instante denominado singularidad, la evolución del universo de manera que las galaxias se están distanciando por la expansión del espacio. Está basada en la teoría general de la relatividad de Einstein que se probó en 1919 cuando un eclipse solar permitió observar cómo se “doblaba” la luz de las estrellas y que dio lugar a la famosa cita de Wheeler: “El espacio-tiempo le dice a la materia cómo moverse; la materia le dice al espacio-tiempo cómo curvarse”. Ese estado extremo denominado plasma no ocurrió en ningún punto del espacio y no podemos preguntarnos qué pasó antes del mal llamado big bang (no hubo ninguna explosión porque en el espacio exterior no hay aire) porque las leyes de la física no se pueden aplicar más allá del punto en el cual el espacio no existe. Por tanto, la idea ingenua de un dios existente antes del universo es absurda si no había un “antes”; además, si existiera un dios, no podría ser una entidad de carácter personal puesto que todas las actividades personales son temporales y antes de la supuesta creación del universo no existiría el tiempo. Para terminar de explicar lo que sucedió en los momentos iniciales del universo se requiere de una “teoría del todo” que unifique la mecánica cuántica y la relatividad general. Dentro del ámbito de la mecánica cuántica existen diversas candidatas, como la teoría de la inflación cósmica, la teoría de cuerdas, la de supercuerdas, la teoría M, los modelos de universos cíclicos, la teoría de los universos paralelos (multiverso) y otras relacionadas con la gravedad cuántica. Y es que cuando aplicamos la teoría cuántica al universo, nos vemos obligados a admitir la posibilidad de que el universo exista simultáneamente en muchos estados, o lo que es lo mismo, de que existan universos paralelos, de tal manera que el multiverso sería eterno aunque los universos individuales, entre ellos el nuestro, no lo sean. Y el big bang podría haber ocurrido por una colisión de dos de esos universos paralelos.

La física cuántica es muy difícil de comprender y asimilar; incluso el propio Einstein renegó de ella por la ilógica de sus postulados. Sin embargo, pruebas experimentales contradijeron sus ideas y confirmaron la interpretación de Copenhague de los defensores de la mecánica cuántica. Porque la ciencia, al contrario de la religión, se basa en la experimentación y siempre es portadora de la verdad, aunque no sea del agrado de todos; no lo pudo expresar mejor Carl Sagan: “No puedes convencer a un creyente de nada porque sus creencias no están basadas en la evidencia; están basadas en una enraizada necesidad de creer”.